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He dormido bien…

05 Ene

Un día, el viejo de la imprenta me llevó a su colegio de toda la vida, un antiguo templo del saber. Del edificio existente, prácticamente en ruinas, apenas se podía aprovechar nada, salvo recuerdos y vistas. Algunos de esos recuerdos aún colgaban de paredes como únicos testigos de que, otrora, allí convivieron unos seres cuyas ansias de vivir no cabían en aquel lugar.

El viejo tomó en sus manos una fotografía mientras una araña sorprendida por nuestra presencia corría a esconderse entre trastos viejos. La imagen inmortalizaba a unos jóvenes que parecían todos forjados por el mismo patrón: impolutos, pulcros, con chaqueta negra en la que destacaba una regia insignia, camisa blanca y corbata y pantalones cortos, también negros. Algunos sonreían, se les veía cuanto menos contentos. Otros rasgaban mirada y labios; se les intuía desafiantes, o disgustados, quizá por el momento, por el lugar.

El viejo liberó la fotografía de las infinitas capas de polvo que desdibujaban la imagen y habló, esta vez con arte declamatorio y gesto vibratorio:

– ¡Toma las rosas mientras puedas, veloz el tiempo vuela; y esta misma flor que hoy admiras, mañana estará muriendo!

El momento sugirió que volvía el pasado, acudía el futuro y se encontraban en aquel presente. Como siempre, el viejo leyó mi pensamiento y mi expresión.

– Mi querido e ingenuo amigo, todos somos comida para gusanos! Lo creas o no,  un día todos y cada uno de nosotros dejará de respirar, se enfriará y morirá!

Miré fijamente la foto. Aquellos muchachos no parecían muy diferentes a mí, en la adolescencia. Semejantes cortes de cabello, llenos de hormonas, invencibles…

– ¿Esperarás hasta que sea demasiado tarde para hacer de tu vida lo que eres capaz, lo que sueñas…? – reclamó el viejo.

Entre aquellos muchachos de la fotografía estaba él, el viejo. Y pude escuchar sus susurros: ¡aprovecha el día, haz algo extraordinario con tu vida, cada día!.

¡Gracias querido viejo!

Rafael Rodríguez Torres, de Barcelona, nos trae un breve relato sobre una de esas instantáneas de cada día, algo que puede parecer baladí pero que, al final, al hacer recuento del día, o incluso de la propia vida, resulta extraordinario.

Música; dream a little dream (clica en la imagen)

 

He dormido bien. Un sueño dulce. Es curioso, mi sueño me ha hecho ver lo que todos mis sentidos me están negando. ¡Puto sentido común!, siempre en lucha con ese corazón de atleta, – aunque he de confesar que es curiosa la contradicción de mi cuerpo, ya que es lo único de atleta que tengo, por más que me esfuerce en reforzar otras partes-.

He salido con mi Thai a pasear y nos hemos vuelto a encontrar, cada uno con su perro, una sonrisa leve y un movimiento de cabeza evitando cruzar las miradas. Con que poquita cosa se alegra el día uno.

 

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