«El Espía de Madrid ingresa en un género de la literatura española que se había ido a Hollywood».
Archivos diarios: 07/07/2011
Ficción real (por Alfonso Carrasco)
Por Alfonso Carrasco
La música de Ficción real (clica en el enlace, se abrirá una ventana y podrás escuchar el sonido elegido para este relato)
La pareja entró abruptamente en el pequeño bar sin ni siquiera percatarse de que estaba vacío; se sentaron en la esquina más recóndita de la sala, junto a la ventana; corrieron rápidamente los visillos y observaron en silencio. En la calle, una multitud, jadeante y exaltada parecía perseguir a alguien, como así era. Se detuvieron un momento frente a la ventana y el miedo les sobrevoló a los dos que, sentados alrededor de la mesa se apretaron las manos, como si fuera la última vez que lo iban a hacer; la muchedumbre a escasos metros de ellos, agitada por el grito de: <”¡¡¡Se han ido por allí!!!”>, siguieron en turba su alocada carrera calle abajo.
-Esta vez nos ha ido de un pelo – dijo Abel, con voz cansada.
-Cada vez me da más miedo – dijo Gina mientras resoplaba y le miraba a los ojos.
-Pues no pienso dejar de hacerlo y es más puede que a partir de ahora con más ahínco – replicó Abel.
-Es un suicidio, lo sabes…
-¡¡¡Claro que es un suicidio, pero es nuestro suicidio, es nuestra voluntad!!! – dijo Abel malhumorado y exaltado.
-Tarde o temprano nos cogerán y entonces no podremos hacer nada, nos mataran. Mira lo que le pasó a Ángel. Lo apedrearon como a un perro, en medio de la calle. De nada le valieron las súplicas, los llantos y los gritos de clemencia.
-Ángel era un imbécil, dejó de razonar hacía mucho tiempo, tarde o temprano lo cogerían, estaba claro. Esas cosas se deben hacer con
cautela, bien planificadas y sobre todo rápidamente, sin que nadie se entere si no, es un suicidio.
-La desesperación nos lleva a cometer locuras. ¿Quién dice que no nos pasará a nosotros también?
-Yo te lo digo Gina, además te he de confesar algo; hace dos semanas llevo encima mi pistola – dijo en voz baja.
-¿¡¡¡Llevas una pistola!!! ¿estás loco? – intentando bajar la voz, mientras echaba un vistazo hacia la barra del bar que permanecía
vacía.
-Yo no me voy a dejar coger como otros, antes me llevo por delante a seis hijos de puta – dijo con rabia contenida
– y creo que tú deberías llevar otra.
-¡¡¡Jamás!!! – gritó enérgicamente – ya sabes que opino de la violencia.
-¿Y crees que ellos hubieran pensado en eso si te cogen, crees que hubieran tenido piedad?; te hubieran matado como una rata, por lo que hemos hecho.
-No es culpa nuestra lo que hacemos – añadió afligida.
-Lo sé, lo sé… – dijo Abel tratando de calmarse – mis abuelos lo han hecho toda su vida y mis padres también y nunca pasaban estas cosas, pero ahora todo es diferente, lo que hacemos no es un simple pecado que se resuelve con tres ‘ave marías’, podemos morir por ello – agregó mientras apretaba la mano de Gina.
-¡¡¡Creo que deberíamos organizarnos!!! – dijo Georgina, como si la idea le hubiera venido del cielo
-¿Organizarnos? – replicó Abel con cara de asombro.
-Si, hacerlo en masa, entrar en cualquier sitio, todos juntos, como si de una marabunta humana se tratara. ¿Crees que sólo nosotros lo hacemos?, somos miles, millones en este país. Si nos unimos, tal vez nos escuchen.
-No me fío de nadie, ni de mi sombra. ¿Cómo vas a decir a los cuatro vientos que nosotros lo hacemos, estás loca? – argumentó Abel con preocupación.
De repente y sin percatarse oyeron como una puerta tras ellos se abría. De los lavabos que quedaban a sus espaldas, surgió la figura de un hombre alto, corpulento, pelo corto con algunas entradas de unos cincuenta años, tenía una mirada inquisitoria e iba ataviado con una camisa blanca y un delantal de cocinero. Sin duda era el dueño del bar.
Pasó a su lado y les miró detenidamente. Sin decir nada, se acercó hasta la puerta y bajó la persiana. El sonido de aquel estruendo metálico se apoderó del pequeño local.
Abel y Gina sintieron miedo, miedo real, como nunca lo habían percibido hasta ahora. Abel poco a poco deslizó su mano hacia el interior de su cazadora en busca de su pistola.
-Es peligroso hablar en público de según qué temas sobre todo si hay oídos indiscretos. Pero habéis tenido suerte… – dijo el camarero con una sonrisa fingida.
Sin más palabras, sacó del bolsillo de su pantalón un paquete de tabaco. Lentamente se puso un cigarrillo en la boca y lo encendió, aspiró el humo saboreando el placer que sintió y alargando el brazo, invitó a Georgina y Abel, que sin pensárselo, cogieron un cigarro y placenteramente compartieron unos minutos de libertad y placer indescriptibles en soledad y sin miedo a que nadie perturbara aquellos instantes de felicidad compartida por la que se jugaban la vida cada día.
(este relato corto recibió el primer premio en el I Concurso de Guionistas de La Vanguardia.es, marzo de 2010)
Alfonso Carrasco, nacido en Montcada i Reixach y vecino en la actualidad de Mollet del Vallés, es informático de profesión y un entusiasta del cine y la literatura. Ha colaborado en prensa escrita, radio, televisión y ha sido guionista de cortometrajes, un largometraje y algunas series de televisión. Sus inicios en la escritura se deben a su paso por la escuela taller de guionistas de Miquel Sanz donde aprendió la técnica de cómo escribir y estructurar los guiones especializándome en diálogos. Desde entonces ha escrito innumerables guiones para cortos, unos que han visto la luz y otros que aún están en el tintero. Ante todo se define como un «contador de historias», y aunque la mayoría de ellas son ficcionadas, intenta siempre que tengan un «toque» de realidad.