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Archivos diarios: 07/07/2011

Julia Otero recomienda El espía de Madrid

«El Espía de Madrid ingresa en un género de la literatura española que se había ido a Hollywood».

El día del lector de Julia en la Onda

 

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¡Virgen gloriosa y bendita, líbranos de esos demonios!

Clica sobre el texto para escuchar la música que acompañó este episodio en el momento en que se elaboró,

una madrugada de los últimos dos años.

«Tras el despacho urgente con el comisario, Nelo se presentó en la casa de la calle Aribau. La señora Josefa Castellá le esperaba desde hacía un buen rato, con la comida en la mesa. Y se lo reprochó

—Lo lamento mucho, señoras, pero, ya saben, los negocios son los negocios.

—Ya, ya… negocios —respondió doña Rosa.

—Ay, hija, déjalo, que nosotras, las mujeres, no entendemos de estas cosas. El caso es que ya está aquí… aunque… ¿Ha adelgazado usted, señor Bravo? ¿No come bien?

—No, no he adelgazado, doña Josefa. Y, de hecho, traigo apetito. 

—Pues vamos, que la mesa está dispuesta —añadió doña Josefa.

—Si me lo permiten, antes iré a asearme un poco.

Con la maleta en una mano y el maletín en la otra, Nelo se dejó acompañar hasta su habitación. Ya en ella, cerró la puerta, vació con cuidado la maleta sobre la cama y sacó la pistola de la cartera. Como siempre hacía en aquella casa, la encajó en el sombrero y lo guardó (…) 

Ya en la mesa, doña Rosa le saludó con un gesto de la cabeza y una frase dicha entre dientes, en voz muy baja. 

— ¡Vaya con el bala perdida, ya lo tenemos otra vez en casa! —que Nelo atinó a entender a medias.

—¿Cómo dice, doña Rosa? —le preguntó entonces, sabedor de que la mujer, en el fondo, se alegraba de verle.

 —¡Ay!, no le haga usted caso, don Francisco —medió la señora Josefa, y suspiró—. Debe de ser una de sus pullas, déjela…

Tomó entonces la mujer la barra de pan de la cesta, dibujó con el dedo índice una cruz en la base para bendecirla y se dispuso a cortarla. Y mientras lo repartía volvió a suspirar, esta vez de manera más ostensible. Nelo se la quedó mirando (…)

—¿Se encuentra bien, doña Josefa? —le preguntó Nelo.

—¡Ay, Dios mío, líbranos, Señor! —y la mujer se persignó.

Lo hizo tras la primera cucharada del consomé frío que había preparado Rosario Chacón, la asistenta doméstica. Por el tono de la invocación Bravo pensó que había sucedido algún tipo de desgracia familiar de la señora de la casa.

—¿Se encuentra usted bien? —insistió—. Dígame, por favor… —Nelo empezaba a preocuparse.

—¡Ay!, señor Bravo—se quejó la buena mujer, dirigiéndose a Nelo—, es el fin del mundo. ¡Virgen gloriosa y bendita, apártanos del peligro¡ Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…

—¿De qué peligros habla, doña Josefa? —insistió Nelo, que estaba a punto de levantarse ya y miraba a la otra hermana, quien daba cuenta del consomé frío sin alterarse en absoluto.

—No le haga usted caso a la vieja estúpida de mi hermana —apuntó doña Rosa con su viperina lengua—. Se pasa el día rezando desde que (…) Nelo se relajó. Había creído que doña Josefa estaba aquejada de una dolencia terminal.

—No se preocupe usted, doña Josefa. Nada malo nos ha de suceder. Son cosas que pasan… Tal vez algún día se acabe el mundo, pero ni usted ni yo lo veremos —le dijo el huésped con voz tierna para tranquilizarla. Sus palabras obraron el efecto calmante que perseguía el agente Nelo, al que ellas conocían como Francisco Bravo.

Tal día como hoy, hace 75 años, en el número 143 de la calle de Aribau de Barcelona.

De «El Espía de Madrid, Barcelona 1936»     

 

 

 

 

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Ficción real (por Alfonso Carrasco)

Por Alfonso Carrasco

La música de Ficción real (clica en el enlace, se abrirá una ventana y podrás escuchar el sonido elegido para este relato)

La pareja entró abruptamente en el pequeño bar sin ni siquiera percatarse de que estaba vacío; se sentaron en la esquina más recóndita de la sala, junto a la ventana; corrieron rápidamente los visillos y observaron en silencio. En la calle, una multitud, jadeante y exaltada parecía perseguir a alguien, como así era. Se detuvieron un momento frente a la ventana y el miedo les sobrevoló a los dos que, sentados alrededor de la mesa se apretaron las manos, como si fuera la última vez que lo iban a hacer; la muchedumbre a escasos metros de ellos, agitada por el grito de: <”¡¡¡Se han ido por allí!!!”>, siguieron en turba su alocada carrera calle abajo.

-Esta vez nos ha ido de un pelo – dijo Abel, con voz cansada.

-Cada vez me da más miedo – dijo Gina mientras resoplaba y le miraba a los ojos.

-Pues no pienso dejar de hacerlo y es más puede que a partir de ahora con más ahínco – replicó Abel.

-Es un suicidio, lo sabes…

-¡¡¡Claro que es un suicidio, pero es nuestro suicidio, es nuestra voluntad!!! – dijo Abel malhumorado y exaltado.

-Tarde o temprano nos cogerán y entonces no podremos hacer nada, nos mataran. Mira lo que le pasó a Ángel. Lo apedrearon como a un perro, en medio de la calle. De nada le valieron las súplicas, los llantos y los gritos de clemencia.

-Ángel era un imbécil, dejó de razonar hacía mucho tiempo, tarde o temprano lo cogerían, estaba claro. Esas cosas se deben hacer con
cautela, bien planificadas y sobre todo rápidamente, sin que nadie se entere si no, es un suicidio.

-La desesperación nos lleva a cometer locuras. ¿Quién dice que no nos pasará a nosotros también?

-Yo te lo digo Gina, además te he de confesar algo; hace dos semanas llevo encima mi pistola – dijo en voz baja.

-¿¡¡¡Llevas una pistola!!! ¿estás loco? – intentando bajar la voz, mientras echaba un vistazo hacia la barra del bar que permanecía
vacía.

-Yo no me voy a dejar coger como otros, antes me llevo por delante a seis hijos de puta – dijo con rabia contenida

– y creo que tú deberías llevar otra.

-¡¡¡Jamás!!! – gritó enérgicamente – ya sabes que opino de la violencia.

-¿Y crees que ellos hubieran pensado en eso si te cogen, crees que hubieran tenido piedad?; te hubieran matado como una rata, por lo que hemos hecho.

-No es culpa nuestra lo que hacemos – añadió afligida.

-Lo sé, lo sé… – dijo Abel tratando de calmarse – mis abuelos lo han hecho toda su vida y mis padres también y nunca pasaban estas cosas, pero ahora todo es diferente, lo que hacemos no es un simple pecado que se resuelve con tres ‘ave marías’, podemos morir por ello – agregó mientras apretaba la mano de Gina.

-¡¡¡Creo que deberíamos organizarnos!!! – dijo Georgina, como si la idea le hubiera venido del cielo

-¿Organizarnos? – replicó Abel con cara de asombro.

-Si, hacerlo en masa, entrar en cualquier sitio, todos juntos, como si de una marabunta humana se tratara. ¿Crees que sólo nosotros lo hacemos?, somos miles, millones en este país. Si nos unimos, tal vez nos escuchen.

-No me fío de nadie, ni de mi sombra. ¿Cómo vas a decir a los cuatro vientos que nosotros lo hacemos, estás loca? – argumentó Abel con preocupación.

De repente y sin percatarse oyeron como una puerta tras ellos se abría. De los lavabos que quedaban a sus espaldas, surgió la figura de un hombre alto, corpulento, pelo corto con algunas entradas de unos cincuenta años, tenía una mirada inquisitoria e iba ataviado con una camisa blanca y un delantal de cocinero. Sin duda era el dueño del bar.

Pasó a su lado y les miró detenidamente. Sin decir nada, se acercó hasta la puerta y bajó la persiana. El sonido de aquel estruendo metálico se apoderó del pequeño local.

Abel y Gina sintieron miedo, miedo real, como nunca lo habían percibido hasta ahora. Abel poco a poco deslizó su mano hacia el interior de su cazadora en busca de su pistola.

-Es peligroso hablar en público de según qué temas sobre todo si hay oídos indiscretos. Pero habéis tenido suerte… – dijo el camarero con una sonrisa fingida.

Sin más palabras, sacó del bolsillo de su pantalón un paquete de tabaco. Lentamente se puso un cigarrillo en la boca y lo encendió, aspiró el humo saboreando el placer que sintió y alargando el brazo, invitó a Georgina y Abel, que sin pensárselo, cogieron un cigarro y placenteramente compartieron unos minutos de libertad y placer indescriptibles en soledad y sin miedo a que nadie perturbara aquellos instantes de felicidad compartida por la que se jugaban la vida cada día.

(este relato corto recibió el primer premio en el I Concurso de Guionistas de La Vanguardia.es, marzo de 2010)

Alfonso Carrasco, nacido en Montcada i Reixach y vecino en la actualidad de Mollet del Vallés, es informático de profesión y un entusiasta del cine y la literatura. Ha colaborado en prensa escrita, radio, televisión y ha sido guionista de cortometrajes, un largometraje y algunas series de televisión. Sus inicios en la escritura se deben a su paso por la escuela taller de guionistas de Miquel Sanz donde aprendió la técnica de cómo escribir y estructurar los guiones especializándome en diálogos. Desde entonces ha escrito innumerables guiones para cortos, unos que han visto la luz y otros que aún están en el tintero. Ante todo se define como un «contador de historias», y aunque la mayoría de ellas son ficcionadas, intenta siempre que tengan un «toque» de realidad.

El blog de Alfonso Carrasco

 
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Publicado por en 07/07/2011 en Cuéntame un cuento

 

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