Relato con música. Otra pieza imprescindible en el álbum de «El espía de Madrid»
(Clica sobre la imagen para escuchar y ver)
«Nelo echó una mirada más por el hueco de la escalera, hacia abajo, hacia arriba. Se colocó frente a la puerta del primero segunda.
La puerta del piso era tan vieja como la escalera. La cerradura, sin embargo, no. Era prácticamente nueva, sólida y habilitada para llaves dentadas. Extrajo un llavero en piel de ocho mosquetones. De él colgaban unas llaves nada corrientes y unos ganchos a modo de ganzúas. Seleccionó una de las ganzúas y procedió a manipular el mecanismo del cierre de la puerta. Lo hizo con suma cautela,
aunque no pudo evitar los continuos e inevitables clics. Ante la resistencia que ofrecía la cerradura, forzó los movimientos.
De súbito, la puerta del piso de enfrente se abrió. Nelo se giró y se topó de bruces con un hombre enjuto, con un bigote fino y largo, ligeramente apaisado, para disimular la asimetría del labio superior y su mandíbula inferior alargada y de marcada
osamenta. Vestía un ridículo pijama de rayas en popelín.
El vecino blandía en su mano derecha una olla de aluminio compacto con la que parecía dispuesto a golpear a Nelo. En un santiamén, sin que al vecino le diese tiempo a reaccionar, el agente desenfundó. Nelo no tenía la intención de disparar. Sólo
quería asustarlo.
El vecino se quedó inmóvil, aturdido y alelado por el miedo. Sin dejar de apuntarle, Nelo emitió un sonido para imponer el silencio llevándose el dedo índice de su mano izquierda a los labios. Hizo un gesto felino y arrebató al vecino la cacerola que aún mantenía brazo en alto. El vecino seguía inmóvil, y Nelo le ordenó que siguiera en silencio.
—¡No dispare por Dios! —musitó implorando, ya con las rodillas hincadas en el suelo.
Nelo apartó su arma.
El cuerpo del vecino se aflojó; aún temblado ostensiblemente. El agente extrajo de su chaqueta una credencial de policía y se la mostró. El hombre se postró aún más, suspirando. Nelo le susurró al oído que nada malo le iba a suceder si regresaba a su domicilio sin llamar la atención.
—¿Sabe usted quién vive en este piso? —preguntó Nelo apenas con un hilo de voz señalando la puerta del primero segunda.
Con voz entrecortada, temblorosa, susurrando, el vecino intentó satisfacerle:
—La casa ha estado vacía mucho tiempo, hasta hace un mes aproximadamente. No estoy muy seguro de lo que se cuece en su interior, pero hace unos días, ya de noche, a estas horas, observé a través de la mirilla de la puerta de mi casa a unos hombres
que trajinaban unas cajas de cartón que debían pesar lo suyo, porque las acarreaban entre dos individuos. Recuerdo, eso sí, que tras los hombres entró en el piso una mujer joven y elegante, creo que rubia, aunque tal vez esté confundido porque al salir me pareció castaña. Lo que sí puedo asegurarle es que era muy hermosa. Imagínese… —El vecino dibujó entonces en el aire las sugerentes curvas de la linda mujer…
—Ya imagino, señor —le interrumpió Nelo, siempre susurrando.
—Debieron de transcurrir unos diez o quince minutos y luego dichas personas marcharon y no… no puedo decirle más —acabó explicando el vecino. Nelo agradeció a Melquíades su colaboración y con un gesto le indicó que olvidara el encuentro y entrara en
su vivienda.
—¡Descuide, señor… señor policía! Yo no lo he visto jamás y usted nunca ha estado aquí. —El vecino tomó su olla y obedeció sin rechistar».
Parece que pasó ayer… en realidad ocurrió hace 75 años.
De «El Espía de Madrid, Barcelona 1936».