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Archivo de la categoría: Cuéntame un cuento

¡Ah!, los cuentos, qué maravilloso invento. Qué es la vida si no un cuento. La narración breve de quiénes somos y de qué queremos, en la frontera entre la ficción y la realidad. «Érase una vez… «; «cuentan que…». La belleza de lo simple. El regreso a la inocencia. Una noche con las estrellas. O un diluvio y un frío de mil demonios en la ciudad que se resiste a seguir la lógica de las estaciones. En silencio o a lágrima viva. Con caras de asombro y perplejidad. Cuando experimentábamos las mil sensaciones que nuestros rostros eran capaces de expresar y luego rompíamos a llorar o a reír… Cuentos y más cuentos. Que nunca nos falten los cuentos.

Os propongo cuentos y minicuentos… con pasión, con el alma con el corazón. Escribidme los vuestros. No importa el asunto, sólo cuentos. Una página abierta a vuestra libre imaginación.

Un abrazo.

UN MERCADO DE OCASIÓN Y MILES DE MUNDOS EN LA ENTREPIERNA DE UNA MUJER

Plaza de Catalunya, esquina Portal del Ángel. Barcelona (aunque podría haber ocurrido en cualquier punto de este sorprendente país).

El mundo al revés, o yo boca abajo. Se ha instalado un nuevo mercado de trastos y otras cosas de ocasión. Una parada promete zapatos para todos. Otra, ofrece mosaicos y vidrieras. Hay un vitral de la Virgen adorando al niño junto a otro más llamativo de Homer Simpson y su hijo Bart. La caseta contigua ofrece zuecos, de todos los colores y formas posibles, todos supuestamente artesanos. Los hay del Barça, del Madrid y del Milán; también descuellan unos zuecos con la imagen del Cristo de Dalí, otros con la Sagrada Familia totalmente construida… No sé si rezar, escupir, maldecir, enamorarme o comer un sándwich…  No sé, la cuestión es sentir algo en el estómago y en el alma que distraigan mi rabiosa mirada y mi colérico pensamiento.

Un universo de romanticismo industrial, hojalata, óxido, obras de diversa y dudosa factura y texturas de todo tipo se abre ante mí, de improviso. Sigo buscando entre miles de objetos, unos más que otros absurdos. Es una experiencia cuasi surrealista que no tenía anotada en mi agenda. Veo cosas nuevas y viejas, lindas y feas, horrorosamente feas. Una señora me ofrece una cartera, o unas gafas, o un juego de pañuelos, o unos calcetines, o unos calzoncillos… tiene de todo y lo que no tiene, promete conseguirlo en un pispás. 

Ahora que recuerdo, necesito un adaptador para enchufar el cargador de mi ordenador. Lo encuentro. Ojeo el producto. Parece original, nuevo. ¡Maldita sea!, “made in Taiwan”. El vendedor me atiende con un evidente ánimo comercial, no exento de un punto de ironía.

            – Este adaptador es universal, te va a funcionar con todo!.

Y le replico:- ¿Me adaptaré al mundo sólo con esto? El vendedor asiente. Creo que me convencería de que tiene un teléfono para hablar con Dios y lograría vendérmelo con tal de ganar unos euros. ¡Vaya con el pequeño trasto, lo que es capaz de lograr!, pienso. Pago entre sonrisas y sigo paseando por el bizarro mundo que allí se ha montado. 

En una parada, una mujer de personalidad y físico estirados, de unos cincuenta años,  emperifollada y emperejilada con sus mejores oropeles, como si fuera a misa de domingo, ojea una mano de cerámica azul para guardar sus anillos, luego un cenicero en forma de cangrejo para las colillas de los cigarrillos que, posiblemente, no fuma, y más tarde un espejo de estilo mejicano para peinar sus cabellos entre lilas y canosos. La vendedora, muy salerosa ella, le intenta colocar también una copa de cristal presuntamente de Bohemia y un vestido de noche con un toque de ola francesa de Cristiano Di-Or. También le podría ofrecer un sofá azul turquesa para sus siestas, una butaca aterciopelada para sus lecturas, una silla Emmanuelle para sus momentos más sensuales, una olla rota, quizás para que no cocine más sus recetas de compota y sirva de adorno en su alacena de su horriblemente decorado comedor de estilo modernista. De la parada también cuelga una cabeza de asno, quizás para alejar los espantos. 

A su lado, en otra parada de venta de camisetas xerografiadas, me llama la atención una joven de piel pálida mal disimulada con al menos siete capas de maquillaje, quizás para que no le queme el sol, pelo teñido hasta la confusión y etiópicamente anoréxica. Más que la chica lo que me llama la atención es su camiseta, de un amarillo limón con un lema en grandes letras negras que vende: “las putas insistimos que los políticos no son hijos nuestros”.

Le pregunto si tiene camisetas con lemas como «Yo odio a Belén Esteban» o «Yo también quiero ser el juez Garzón». No, no tiene. Me ofrece, en cambio, otras con mensajes más o menos originales, más o menos acertados, algunos grouchonianos, siempre reivindicativos: «La esclavitud no se abolió; se cambió a 8 horas diarias». «Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos». «No te tomes la vida en serio; no saldrás vivo de ella». «El alcohol y la maría producen amnesia y otras cosas que no recuerdo». «Hay un mundo mejor, pero es carísimo». «Tengo el cerebro comunicado con el culo. Cada vez que pienso la cago». «Soy vegetariana por eso fumo marihuana». «Mi libertad es infinita y la libertad de los otros comienza donde acaba la mía».«Bienaventurados los borrachos, porque verán a Dios dos veces…». Las tiene en rojo con letras blancas, en blanco con letras rojas, en negro con letras anaranjadas, en naranja con letras negras y una A circulada… todas a diez euros la pieza.

Su causa –me cuenta-, la anarquía, total y absoluta. Me intenta colocar una de sus camisetas mientras tararea una canción que habla de un mundo donde hay caras extrañas, de una belleza un poco despojada, de pieles de ébano de padres indígenas y ojos esmeralda.

Con un acento salpicado de italiano, español y lenguaje 0kupa, me dice que todo es una porquería y que si compra una de sus camisetas, a diez euros la pieza, el mundo será menos puerco y estaré comprando un pedazo de anarquía.

Me marcho a la francesa. « ¡Otro día será, guapa!». «¡Vaffanculo!», murmura. « ¡Ya estoy jodido!», replico.

Encuentro por fin la parada que buscaba. El mundo al revés, o yo boca abajo. Vas tú o voy yo, le digo a mi sombra. ¡Uno de los dos podía ahorrárselo!, contesta. Una caterva de mujeres de distintos aspectos y edades atesta la parada. Están como locas revolviendo ropa. El desconcierto crece y adensa, como un carnaval de pasiones desatadas. Dos muchachitas quinceañeras se sonríen. Al parecer, han encontrado lo que buscaba. Una le muestra una sonrisa de conejo, mostrando tímidamente los incisivos. La otra le responde con una sonrisa de perro, poniendo al descubierto los caninos. Una tercera se las mira y patalea de una manera muy cómica al no encontrar lo que busca. Tras la parada, una mujer oronda y dicharachera pregona con berreos sus ofertas. «¡Reina!, es tela de la buena, del mismísimo Domínguez!», grita a una mujer con un top en las manos y que no acaba de decidirse. La potencial compradora le replica que va de farol. La vendedora le dice ¿quién, yo?. Se entabla entre ambas la misma conversación que tendrían un cangrejo y un alacrán. «¡Digo yo!.  ¡Digo sí!.  ¡Digo no!. Digo ¡Ah!». No acaban de ponerse de acuerdo. 

Todas las mujeres allí apostadas son como pequeñas hormigas de brea. Se mueven de arriba abajo, de izquierda a derecha como si fueran a ahogarse en una gota de agua. Nerviosas, con prisas, estorbándose las unas a las otras para llegar primero a ninguna parte. Hormigas obreras, una ínfima parte de la ínfima parte, que se creen parte entera. Sin rumbo y sin fin, perdiendo el sentido común de la existencia, abrazando el sentido individual de la disconformidad. Hormigas sin hormiguero, sin propósito cierto y sin reina.

Yo, solo con mi soledad, frente a ellas, locas de atas,  me siento como un extraño en un cuento de lobos, bandoleros y contrabandistas. Quizás deba comprar un manual de cómo encajar en la ciudad. Sospecho que me he vuelto cómodamente insensible, un año más, un año menos, a mitad de camino de casi todo, como un San Bernardo, que se lo traga todo mientras la estupidez se reproduce como las hormigas y un montón de chorizos, hijos e hijas de una sociedad chopped, pregonan ofertas de cantamañanas.

Entre sus locas e inquietas cabecitas emerge un cartel que, por lo visto, sólo llama mi atención. ¡Me siento un bicho raro!: «por la compra de tres bragas, regalamos un libro», reza el anuncio.

«¡Que caigan rayos, truenos y centellas!». Observo con el rostro cuarteado, la mente escindida, la palabra acartonada, el pensamiento coagulado. Azorín, Machado, Unamuno, Lorca, García Márquez, Cela, Gala, Marsé… ¡por Dios!, Borges, Neruda, Whitman, Dickens… por unas bragas. No puedo, ni quiero imaginar, en la entrepierna de una mujer todos los campos de Castilla, toda la crónica de una muerte anunciada, ni todas las putas tristes, ni toda la casa de Bernarda Alba, ni todo el manuscrito carmesí, ni los veinte poemas de amor y una canción desesperada, ni a Pascual Duarte y toda su familia, o a  Oliver Twist, a Pepe Carvalho, o al Pijoaparte… Miles de mundos en unas bragas».

Agoto todas las posibilidades de experimentar los cientos de estados de ánimo que podía manifestar y luego quiero romper a llorar. Solo parezco un hombre desesperado y el resto, un cuento chino. Siento que doy asco. Dios me desafía, me llama estúpido y debo responderle. Entrego la crónica y me voy a la francesa. Hoy como ayer, mañana, posiblemente, como hoy.

Fragmento de «La Biblia 2.0. Tomando un gin tonic con Dios»

Con música, con mucho gusto. Phill Collins – One More Night

 

 

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PAN DE CENTENO

El viejo de la imprenta y yo regresamos a Alcalá. Teniamos asuntos pendientes allí que no podían aguardar. Vimos nacer a Cervantes; a los Grifos, pintando sus murales, y a los jóvenes Hyppolytus, estudiando. También salvamos de su martirio a los Santos Niños e invitamos a judíos, cristianos y musulmanes a estrechar sus manos.

Rechazamos a reyes, príncipes, infantes y a los poderosos arzobispos porque la ciudad es su gente, sencilla y humilde, agrícola y comercial, y compartimos aula con Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Fray Luis de León y San Ignacio de Loyola.

Luego de monumental ajetreo, antes que anocheciese, dimos con el mesón que se encuentra camino de la casa situada a los pies de la puerta de Santiago que durante siglos se ha alquilado, también para nosotros, como si fuéramos los alumnos aventajados del Buscón.

Fue allí donde encontramos la quintaesencia de Alcalá, de la región, del país, del mundo. Era una fémina entrada en años, los mejores años, que conservaba a la niña que fue, a la adolescente que le siguió, a la mujer en que se convirtió y a la adorable viejecita que un día sería. Sencillamente hermosa, rotundamente atenta y culta.

La vimos amasar el pan desnuda de accidentes y fantasmas, amorosa, recibiendo el silbo delgado, deleite del oído del alma que llegaba hasta la boca de su cueva y mostraba sus secretos más ocultos de los que nunca se le había dejado hablar.

Decía la mujer que la habían bautizado nueve golondrinas, en reflejos de colores. Dimos fe de ello. Era hija de una tierra heredada y recordada para escapar de otras vidas pasadas con un disfraz novicio de camelia y la clara conciencia de los peces.

Era la suya una de aquellas historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido; una historia en la que sus protagonistas se rendirían si quisieran. Pero no lo hacen, siguen adelante porque aún hay por lo que luchar.

Nos mostró cómo amasaba el pan sin enfado, porque enfadarse con la masa era de tontos. Era pan de centeno, moreno como ella; consistente y resistente, como ella, y puro, como ella.

¡ Nada bueno promete ese pan!, susurré al oído al viejo. «Dale su tiempo», me replicó él.

La mujer dejó que aquella masa, seca y dura, resistente y peleona, inflexible incluso, fermentara sóla, esquinada. Pese a su tozudez, se esponjó sin que la masa madre perdiera la fuerza de convicción de quien la amasó. No hizo falta una palabra más alta que otra. De tanto en cuando, la hija de las nueve golondrinas le susurraba palabras de amor para convencerle de que no era sólo un pan. Era mucho más que eso. Alimento del alma y del espíritu.

Tras un ligero revolcón en piñones, mujer y pan pidieron unos minutos de silencio para pensar en sus cosas. Luego de ese necesario tiempo de ensimismamiento, se sonrieron.Y entre sonrisas, todas sinceras, la mujer nos ofreció el pan sin ofrecer resistencia al corte para mostrarnos su alma, agujereada, pura.

Siempre recordaremos que el pan que ella cocía era de centeno. Un pan más oscuro, quizás más amargo, pero un pan hulmilde, bello no por lo que contenía sino por lo que sugería, un pan para cualquier momento.

A Cristina Penalva, con todo el amor que soy capaz de imaginar, y la imaginación vuela sin fronteras.

Imagen con música: Hans Zimmer – Chevaliers de Sangreal

 

 

 

 

 

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NECESITO UN BESO

Decía el señor De Musset, «El beso es el contacto de dos epidermis y la fusión de dos fantasías».

El viejo de la imprenta ha partido, nuevamente. Es de culo inquieto. Anda trabajando en un sueño. Lo hace desde que se preguntó – y de eso hace ya muchísimos años- adónde van los besos que no damos, que guardamos. La pregunta que encierra ese sueño le ha llevado a Luarca. Dicen los luarqueses que es el pueblo más bonito de España. No sé si es el más bonito de todo el país, pero realmente sí que es hermoso. No me importaría vivir allí el resto de mis vidas. Por cierto, tengo siete vidas y aún me faltan tres y media por gastar.

Luarca, cuna de Severo Ochoa, Fernán Coronas, Nené Losada, Margarita Salas y Miguel -del mismo apellido que el nombre de la villa-, es un pueblecito enamorado del mar, el río y la montaña, situado a 92 kilómetros de la nada y del todo. Luarca no es sólo esa hilera de casas, ninguna reñida con la otra, y perfectamente alineadas frente al Cantábrico, el mar que todo lo puede. Es, también, sus quince parroquias establecidas entre dos ríos que lo delimitan por la costa, como trazados con tiralíneas, y que penetran hasta dos lugares de montañas que en su origen fueron sólo colinas y donde habitan los vaqueiros de alzada, grupo humano -según dicen- depositarios de una cultura y folklore ancestrales.

El viejo me ha escrito a propósito de Luarca y de Cambaral. Al abrir la carta, manuscrita por supuesto, me pregunté qué había de los besos.

«Mi querido y joven amigo;

Me encanta este lugar nacido de la contracción de una expresión y en el que el alcalde aún promulga sus bandos, a la antigua usanza. Este año, sin ir más lejos, dictó el correspondiente bando para la instalación de las oportunas casetas de baño en las playas de Luarca, la primera, la segunda y la tercera. Hasta en eso son extremadamente pulcros los luarqueses, que hacen las cosas como se hacían en provincias, bien y sin prisas.

¡ Fíjate !, todas las casetas de baño son desmontables y su ubicación se circunscribe sólo al verano, porque las casetas de baño sólo son y han de ser para el verano. Sus dimensiones máximas son las máximas que deben permitir las casetas de baño, incluidos aleros u otros elementos sobresalientes. Un par de centímetros más allá, ya no son casetas de baño. La altura también es proporcional al resto de dimensiones, de modo que ningún vecino riña por llegar al cielo, puesto que el cielo parece estar aquí, sin necesidad de despegar del suelo. Su tipología armoniza con el entorno, de manera que siempre sean casetas de baño, y es condición «sine qua non» sus colores tradicionales, como mínimo en el frente. Cada uno y una ha de cuidar de su caseta de baño pues, de lo contrario, no es digno de su caseta.

Te preguntarás qué hay de los besos. Si es así, y sé que es así, reclamo tu atención sobre Cambaral. Dice la leyenda convertida en historia, o quizás sea la historia que ya es leyenda, que desde Argel y Tingitania subió hasta estos bellos parajes de agua y peñascos una flota de piratas berberiscos que atemorizaron a los lugareños, desde Avilés hasta Navía. Los enormes barcos de la flota del Rey (de turno) de España nada podían hacer frente a los navíos berberiscos, más pequeños, ágiles y ligeros.

Mandaba la flota un moro llamado Cambaral, famoso por su extrema crueldad y su extremo ingenio, según me cuenta – como si estuviera aquí, desde el cielo- el muy irónico, culto y singular señor Arrieta Gallastegui – Miguel -, pluma de equilibrada y risueña prosa, gastrónomo raro que disfrutaba más con el sabor de las palabras que con los tientos del tenedor, y hombre de mucha inteligencia y bonhomía. Te recomiendo encarecidamente su muy popular Recetario de cocina tradicional asturiana.

¿ Cómo hacer frente a Cambaral y su flotilla ?, que hizo que pareciese el más grande despliegue marino conocido en la correspondiente historia naval. Esa era la pregunta que el Señor de Luarca se hacía día tras día, siempre atusándose los pelos de su cabeza y de su barba, siempre desordenados ante tanta tropelía bereber.

Hastiado dicho Señor del acecho moro, decidió acometer a Cambaral y sus berberiscos con sus mismas armas, de modo que embarcó a sus más aguerridos guerreros en sencillas barcas de pesca, convenientemente disimuladas entre sus aparejos y artes, y se hicieron a la mar, a pocas millas de Luarca, donde aguadaron al moro como pacíficos pescadores.

Y en eso que aparecieron los temibles y temidos berberiscos que vieron en los disimulados hombres del faenar una presa fácil. Craso error el de Cambaral y los suyos, que se vieron desbordados por los disfrazados y aguerridos pescadores. Dice el señor Gallestegui que el combate fue largo y cruento y concluyó como concluyen estas cosas, con un ganador y un vencido.

Cambaral fue hecho prisionero, cargado de cadenas y conducido a la fortaleza de la Atalaya, donde fue recluido sin ni siquiera curarle las heridas.

Y en eso, la hija del Señor, ahora repeinado y festejando el triunfo con los suyos, pidió… ¡no!, rogó a su padre permiso para curar las heridas de Cambaral. Dicen que dicha joven era bella doncella de espíritu generoso y gran corazón.

Sea como fuere, la muchacha obtuvo el permiso y se dirigió a las mazmorras, sin inquietud ni temor. Había allí poca luz, pero, según parece, no hacía falta más, pues fue verse, o quizás sólo intuirse entre las sombras, para que surgiera entre ambos el amor, el amor más puro, sin rencores ni rencillas políticas, territoriales, étnicas, religiosas.

Quizá fuera por las heridas, o quizá a pesar de las mismas, lo cierto es que las atenciones de la muchacha hicieron sentir al moro Cambaral todo lo que sus violentas andanzas habían ocultado: era huérfano de corazón y que podía hallar descanso y sosiego a tanta tropelía en el amor que se le ofrecía.

Por su parte, pues de lo contrario nunca hubiera progresado esta historia, la hija del Señor, que nunca había sentido las punzadas del amor noble, curó las heridas casi con veneración, pero también con una congoja que la atenazaba, pues conociendo bien a su padre, sabía cuál iba a ser el destino de Cambaral y, por ende, más que probablemente, el suyo.

En la penumbra, y entre señales de heridas ya cerradas, otras entreabiertas y algunas aún por abrir, se declararon su amor mutuo. También se hicieron promesas grandilocuentes con las que los noveles amantes adornaban la adversidad del destino aún por venir pero, no por ello, desconocido.

En eso que Cambaral curó sus heridas, las físicas por supuesto, y desplegó nuevamente su ingenio y audacia con el fin de planificar la fuga de ambos. Narra al respecto el señor Gallastegui: «Fue una huida alocada, sin posibilidades de éxito, prácticamente, pero los ojos de los amantes no venían sino el momento en el que su amor podría al fin desplegarse, herirse con sus besos, consumarse en su pasión. No veían otra cosa que esa determinación cuando bajaban hacia el puerto desde la fortaleza, escondiéndose en las esquinas, corriendo atropelladamente y buscando, ya en los muelles, el barco de Cambaral, que, rápido y ágil como era, hacia ella misma les dirigiría».

Sin embargo, – ¡ maldita sea con los peros !-, el Señor de Luarca, que había sido avisado de la fuga, ya esperaba con sus tropas a los amantes en el puerto. Dicen que allí acabaron sus sueños. Yo, particularmente, soy de la opinión que allí, en ese instante eterno, comenzaron sus sueños.

Cambaral abrazó a la hija del Señor ante sus propias narices. Los amantes se miraron, como si estuvieran diciéndose cosas que no se pueden decir, se besaron, como si fuera el último beso. Al respecto, el señor Gallestegui opina dos cosas: amor que nace a oscuras, oscuro muere, y ya nunca los labios volverán a soñar).

Y en eso que el Señor de Luarca, loco de ira, incapaz de soportar aquel beso que para él era blasfemia, de un solo tajo, cortó ambas cabezas, las cuales fueron a refugiarse, en su beso final, a las frías aguas del puerto, justo donde años después se levantaría el llamado Puente del Beso. ¡ Ay !, mi querido y joven amigo; miro el fondo del puerto de Luarca, y algo me dice que debo seguir trabajando en el sueño: ¿ adónde van los besos que no damos, que guardamos ?.

Tuyo, siempre, el viejo de la imprenta «. El Café Romantic presenta hoy un precioso poema sobre el beso y sus cosas de David Escudero Vigara, de Madrid, revelado en nuestra barra por nuestra querida Mila Miguélez, de A Coruña.

Imagen con música: Kiss me – The Cramberries 

 

Necesito un beso
De alguien que me quiera
Necesito un beso
De alguien que me entienda
Preferiblemente
Con la boca dulce
Con los labios tiernos
Que sus ojos brillen
Que ilumine el cielo
Que atraiga a las musas
Que despierte el coraje
Y me devuelva la vida
Necesito un beso
Para seguir soñando
Que después de todo
Aún sigo enamorado.

– David Escudero Vigara –

 

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EL CAFÉ LARGO / UN FRASCO DE TIEMPO

Buenos días, mundo.

– ¡ Buenos días !
– ¡ Buenos días ! ¿ Qué desea ?
– Quizá piense que estoy loco pero desearía un frasco de tiempo.
– Es usted el maravilloso enésimo loco que me pide un frasco de tiempo.
– ¡ Uff!, me quita usted un peso de encima… Por momentos pensé que me había vuelto loco.
– ¿ Qué tipo de tiempo desearía ?
– Había pensado en aquel que te permite hacer de cada momento una vida, y de la vida un único momento.
– Por el mismo precio, le puedo ofrecer otro frasco de tiempo personalizado.
– ¿ Existe el tiempo personalizado?
– ¡ Naturalmente ! Pruébelo y decida qué hacer con el tiempo que se le ha otorgado…

… – ¿ Y si no son de mi gusto ?
– Si no está satisfecho no hay problema; me devuelve los frascos de ese tiempo y le entrego el tiempo que usted trajo aquí, en este momento. Pero, ya verá como no ha perdido el tiempo.
– ¿ Cuánto es ?
– ¡ Está usted loco, el tiempo no tiene precio !

¡ Gracias por su tiempo !

Imagen con música: Cuando el mar te tenga / El último de la fila

Feliz jueves.

 

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CANDY CRUSH O QUÉ TUITEARÍA UN TEMPLARIO

Dicen que las pistolas las carga el Diablo y las dispara el hombre. De un modo muy parecido piensa el viejo de la imprenta sobre las nuevas tecnologías. ¡Curioso!, este apelativo. ¿Siempre serán tecnologías nuevas aunque sean viejas?

El otro día, sin ir más lejos, porque ir más lejos con el viejo supone retroceder a la era de la formación de la tierra, mirábamos juntos el mundo y nos sorprendía la extraordinaria velocidad con la que todo circula: la información, la comida, la charla, la brevedad, el aforismo… ¿ Qué fue del café largo, del tentempié pausado, del queso curado y del vino de reserva ?

Hoy, la gente se da un plazo de 95 tuits, tres cafés y un gintonic para cambiar sus vidas, virtualmente claro, maldijo el viejo.

A Dios pongo por testigo que he intentado en infinidad de ocasiones hacerle ver las bondades, utilidades y favores de esas que llaman nuevas tecnologías, en especial la red social. Pero, no hay manera. Mientras para  millones de seres la vida es aquello que pasa mientras se conectan a Internet, para él la vida sigue siendo aquello que le sucede mientras se empeña en hacer otros planes.

– Sabes que el planeta es hoy como un inmenso queso atravesado por redes, faxes, teléfonos, módems, Internet… -, expuso el viejo, rezongando-. Sabes que tu vida ya no te pertenece. Es propiedad de la red-, agregó refunfuñando aún más.

– ¡ Por Dios !,- exclamé imaginando un descomunal queso que se deshace poco a poco como los relojes de Dalí, de origen japonés, americano, coreano, tailandés o vaya usted a saber, fabricado con leche de una vaca que ni siquiera es una vaca, y bits, tuits, archivos y redes mezclados a modo de cuajo y triturados. ¿ Qué ha sido de la vaca de mi abuelo?, lamenté casi llorando.

Aún así, le intenté explicar que Internet permite conectar al instante a un chino – cuando se lo permiten- y a un americano – siempre bajo la atenta mirada de doscientos pares de ojos-, mientras un noruego hace un negocio sin moverse de la silla con un australiano, y un grupo de españoles se conciertan para llevar a cabo una cacerolada contra la crisis.

– ¡ Zarandajas !,- gruñó. Luego, suspiró y habló, como lo hace él, torrencial y contundente.

– Así parece ser la vida, hoy. En efecto, eso de Internet permite encontrar con rapidez la información. Pero, ¿ qué hay de cierto en ello ? Puedes obtener un consejo médico a través de esos malditos trastos y no sabes si viene de un Premio Nobel, de un médico, de un mecánico o de un carnicero.

¡ Por Dios!, exclamé de nuevo imaginando a mi mecánico tiznado de mugre tratando de explicarme cómo poner remedio a mi dolor de estómago luego de un buen plato de callos mientras cambia el aceite del coche, que pierde líquidos por todas sus juntas.

Y aún así, lo seguí intentando. Pero, todo fue en vano.

– La comunicación triunfa, – grité.

– La incomprensión, también, – gritó aún más el viejo.

– ¡ Internet nos une, nos conecta !

– ¡ Internet nos abduce, nos posee… Nos seduce, fornica, yace y se va !

– ¡ Internet es el primer gran invento de la humanidad !

– ¡ Internet es la primera cosa que la humanidad ha construido y que la humanidad no entiende !

– ¡ Internet es libertad !

– ¡ Internet es una infinita e indefinida cárcel virtual en la que cualquier pendejo electrónico puede construir un mundo en el que te pueden reducir la cabeza como a un jíbaro !…

Cuando ya no hubo más argumentos y otras tonterías que gritar, callamos. El silencio nos vino bien. En realidad, el silencio siempre va bien cuando lo que se va a decir no es más bonito que el propio silencio. Y el bonito silencio se rompió sólo durante un instante, el que necesitó el viejo, mi querido viejo, para inquietar aún más mi inquieta cabeza:

– ¿ Para qué se habría usado Twitter en la antigüedad ?… ¿ Que tuitearía un templario ? ¿ Y un romano ? ¿ O   Atila, Da Vinci, Colón, Napoleón o nuestro querido señor Marx (Groucho, por supuesto?.

El Café Romantic presenta hoy un curioso y breve relato dialogado de Rafael Rodríguez Torres, de Barcelona, que invita a una necesaria reflexión de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos en la frenética, e incluso enajenada, era que vivimos.

Imagen con música: My Immortal – Evanescence

– ¿ Tienes twitter?
– No.
– ¿ Y Facebook?
– No.
– ¿ Cuenta en youtube?
– No
– ¿ En H5?
– No.
– ¿ Y en tuenti?
– Tampoco.
– Pero, ¿ tú pero que tienes?
– ¡ Una vida!…

… ¡ Pues mándamela para el Candy Crush* !

* Según Wikipedia, Candy Crush Saga es un videojuego para teléfonos inteligentes y Facebook en que cada jugador tiene un número predeterminado de cinco vidas, cada vida es restaurada después de una media hora. Si el jugador no cumple con el objetivo del nivel o el jugador no cumple con la puntuación mínima, se le resta una vida. El jugador tiene la opción de pedir a los amigos más vidas por Facebook, comprar un artículo de restauración de vida o la compra de un artículo especial que amplía el número de vidas que el jugador tiene por defecto, o adelantar la fecha en su dispositivo para obtener al instante más.

 

 

 

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FUNAMBULISTA

  • ¿ Qué te ocurre?, mi querido joven e inexperto amigo.

  • ¡ Me he saturado ! No sé hacia dónde tirar.

  • ¡Ah!, el típico bloqueo. Pensaba que era algo más grave.

  • ¿ Qué puede haber más grave que el bloqueo de uno mismo?

  • El mundo sin un libro; un café frío; una paella sin arroz; un bosque sin árboles; un río sin agua; un corazón de piedra; una conversación sin palabras; el sexo sin amor; un sol que no caliente; la eternidad de lo provisional; una memoria sin recuerdos; un día sin buenos días; una vida sin música; unas cuantas cartas en el buzón y ninguna de amor; noches sin sueño; buscarse y no encontrarse; ser el mejor de los peores; tener algo que decir y no decirlo; la fe incompleta; una sonrisa sin una lágrima; los limones que te da la vida cuando lo que tú has pedido es un chuletón y un buen vino…, qué sé yo,  ¡ hay tantas cosas más graves !

  • ¿ Y qué debo hacer ?, querido viejo.

  • ¡ Párate !

  • ¿ Aquí ?

  • Aquí es perfecto

  • Pero…, ¡estoy al borde del precipicio!

  • Todos lo estamos alguna vez.

  • ¿ Y, ahora?

  • Piensa, y decide.

  • ¿ Qué debo decidir ?

  • La decisión a tomar.

  • ¿ Me ayudas ?

  • ¡ Por supuesto…! ¿ Tienes papel y bolígrafo ?

  • No creo que sea el mejor momento ni el mejor lugar para ponerse a escribir.

  • Me has pedido ayuda, ¿ cierto?

  • ¡ Cierto !

  • ¡Pues escribe!

  • ¿ Qué debo escribir ?

  • ¡ Los caminos que ves !…

  • … ¡ Dos !

  • Ahora, anota los pro y los contra de cada uno de ellos…

  • … Tengo más contras que pros.

  • ¡ No te preocupes ahora por eso ! Asígnales un número.

  • ¿ Al azar ? ¡No!, eso sería fatal. Debes numerar siempre en función de la importancia que tienen para ti las ventajas e inconvenientes…

  • … ¡ Siguen existiendo más inconvenientes que ventajas ! ¡No te obceques !, ahora la corregiremos. Suma y resta los números… ¿ Lo tienes ?

  • ¡ Lo tengo !

  • ¿ Cuál es la opción más correcta ?

  • La primera… ¡ desde la lógica !

  • ¿ Cuál es tu opción ?

  • ¡ La segunda!, desde el corazón…

Elegí ese camino, sin saber que descartaba otros caminos, quizá mejores. Pensé en buscar consejero pues necesitaba consejo, y quién mejor sino el viejo de la imprenta. Mi cerebro, muchas veces estrecho, más de las debidas y deseadas, tenía la acentuada manía de eliminar lo que no le encajaba. Le di un par de vueltas a la idea en la cabeza antes de rechazarla. Hasta entonces buscaba soluciones sin enjuiciarlas, unas absurdas y disparatadas, incluso descabelladas, y tomaba una de ellas.

La situación era absurda y disparatada. Me encontraba yo al borde del precipicio, a punto de caer al vacío sin red, cuando el viejo me invitó a escribir. ¿ Quién diablos se pondría a escribir y decidir en un momento semejante ? ¡Loco viejo !, grité en mi pensamiento. Me sentía como un desconcertado funambulista  que debía volver a la pista de la vida tras un sonado fracaso. ¿ Qué debía hacer ? ¿ Me quedaba allí quieto, en el alambre, esperando a ver porqué lado iba a caer ? o ¿debía seguir caminando sobre la cuerda, o incluso danzar ? ¿ Habéis visto alguna vez a un hombre suspenso en el aire con su camino y que tiene la planta del pie más ancha que la senda por donde va ? Ese era yo.

Sin embargo, a medida que pensaba y escribía sentí que ganaba en equilibrio, como el ya no tan desconcertado funámbulo que se anima con los primeros aplausos del público.

El viejo me hizo pensar en el problema desde diferentes lugares, y luego desde distintas emociones. » Haz las cosas que te salen del corazón. Quizá te equivoques pero estarás satisfecho», me susurró. Parecían gritos.

Una vez concluí la escritura, hice un análisis racional de la cuestión pero también dejé que opinase mi corazón. Advertí que decidir era una tarea colosal. Las emociones tienen fama de enturbiar la razón, pero sin ellas no podríamos decidir. Imaginé que tenía 90 años, que la muerte estaba cercana para tomar la gran decisión, la decisión de mi vida). Entonces, todo el orgullo, todo el miedo al fracaso o al ridículo, todo frente a la muerte se desvaneció.

El siguiente paso fue ejecutar la decisión. Por supuesto, no dejé pasar el tiempo aplazándola. Lo contrario hubiese sido criminal, el asesinato de la oportunidad, como una vez dijo el señor Wilde.

¡Gracias, querido viejo ! He logrado atravesar la cuerda y no he caído.

El Café Romantic presenta una poética postal de María Formoso, de A Coruña, sobre alguien, una mujer, aunque también podría ser un hombre, que debe decidir… Imagen con música: Ismael Serrano, Vértigo.

 

 

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EL LEGADO

Ayer durante la cena me hablaba el viejo de la imprenta de la existencia de un Reloj del Apocalipsis o Reloj del Juicio Final. Por lo visto, tras la II Guerra Mundial, y asustados por el alarmante auge del armamento nuclear, la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago – siempre la Universidad de Chicago-, creó este reloj simbólico para representar el riesgo permanente de desaparición de la raza humana.

El viejo me contó que, según estos científicos, los humanos estamos siempre a minutos de la media noche, hora que utilizan para representar el apocalipsis. En 1947, año de nacimiento del reloj, colocaron sus manecillas en las 23:53 horas, es decir a siete minutos para el final.

Sin embargo, calculé mentalmente y caí en la cuenta de algo que me pareció injusto: mientras en Chicago, el fin llegaría a las 23:53 h. del 19 de agosto, aquí lo haría a las 06:53h., en Tokio, a las 13:53h. y en la Polinesia francesa ya sería incluso 21 de agosto.

No calculé la hora en Londres. Primero, porque no me importaba demasiado, aunque esa no es una razón de peso. Y, segundo, porque los británicos siempre van a la suya en cuestión de horarios, sentidos, direcciones…, lo cual detesto. Y aún detestó más su arrogancia de que son ellos los que poseen la verdad de lo correcto y nosotros, los equivocados.

En definitiva, el fin alcanzaría a unos cenando, a otros despertándonos, a otros comiendo y a los de más allá, poniéndose el pijama porque alguien, caprichoso, quiso que el ser humano nunca vaya a la misma hora.

El viejo, que a medida que pasan los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años ganan en curiosidad – quizás sea por eso que se mantiene viejo-, me explicó que, en cada número del Boletín de la dichosa Universidad de Chicago, y en función de los acontecimientos, las manecillas se actualizan, pudiendo atrasarse o avanzar hacia el fatídico final, como si el hombre tuviese una suerte de poder universal para decidir sobre su destino. ¡ Ilusos !, pensé. El viejo me dio la razón.

En un primer momento, el movimiento del reloj dependía del riesgo nuclear, pero con el tiempo se empezaron a tener en cuenta otras circunstancias como los avances tecnológicos, el cambio climático, los movimientos geopolíticos, etc.

– Dicen – detalló mi querido viejo- que el momento en el que hemos estado más cerca del Juicio Final fue en 1953, cuando EEUU y la Unión Soviética empezaron a realizar pruebas con su armamento nuclear. Nos quedamos a 2 minutos. Por el contrario, la vez que más lejos hemos estado fue precisamente cuando esas mismas potencias, en 1991, firmaron los tratados de desarme que daban por finalizada la Guerra Fría. Estuvimos a 17 minutos.

– Y, ¿ cuándo se actualizó por última vez ?

– El 11 de enero de 2012, que nos dejó a 5 minutos del fin de la Humanidad.

Entonces, ambos reflexionamos en voz alta: si los científicos atómicos de la Universidad de Chicago hubieran leído los periódicos de los últimos días, semanas, meses… hubieran tenido que sacar números especiales de su Boletín cada día, adelantando y retrasando varios minutos las agujas reloj acercándolo al fatídico momento.

Ayer, sin ir más lejos, porque si lo hacíamos el reloj podría volverse loco, conocíamos que Egipto, por enésima vez, está al borde de la guerra civil – si es que no lo está ya, al menos en la hora de la Polinesia francesa-; que nos acechan los «lobos solitarios», los yihadistas que combatieron en Siria y que han regresado sin otra ambición que matar porque si no, son como chimeneas en verano; que un soldado americano se puede pasar la vida en prisión por revelar secretos – un nuevo ejemplo de la estúpida democracia estadounidense-; que el nieto del Rey de España, Pablo -no citamos aquí su apellido porque la criatura no tiene la culpa de tener el padre que tiene- aún está enfadado porque su primo, el indomable Froilán – ¡ vaya familia !- le intentó ensartar con un pincho moruno, y que, trescientos años después, España y Gran Bretaña aún andan a la greña por un peñasco – con nuestras disculpas y respetos a los gribaltareños-.

Y, por si fuera poco, políticos, obispos y arzobispos no dejan de hablar de la vida de los demás, de cómo deben llevarla, de cómo deben vivirla, como si la suya fuera la única vida posible.

No queremos ser pájaros de mal agüero ni tampoco pretendemos dar la razón a los mayas, pero anoche nos pareció oír los cuartos – toc, toc, toc, toc…- que anuncian un nuevo fin. Sin embargo, hicimos una llamada a los científicos de la Universidad de Chicago, a eso de las 23:53h, para comunicarles que Alemania ha creado un «tercer sexo», que han descubierto un astro extrasolar del tamaño de la tierra y cuyo año solo dura ocho horas y media, y que el Gobierno de España – ¡ canallas !- se gastará más de 214.000 euros para restaurar la fachada del Valle de los Caídos -sus caídos-, según un contrato que adjudicó el pasado 18 de julio, día del Alzamiento de los bastardos franquistas… Con noticias como éstas, era necesario retocar la hora del reloj, les dijimos a los científicos estadounidenses.

El Café Romantic presenta un breve relato de Luisjo Goméz, de Barcelona, extraído de su libro «El legado del Valle», escrito a cuatro manos con Jordi Badía. La obra relata las investigaciones de Arnau Miró en torno a la muerte del único familiar vivo que le quedaba, su tía María. La mujer ha muerto en extrañas circunstancias en su casa de la Vall de Boí (Lleida) donde guardaba un objeto que podría cambiar la historia de Occidente para siempre. Las ansias por destruir este misterioso objeto, han provocado centenares de muertes a lo largo del último milenio, siempre con la pretensión de conseguir que la humanidad no llegue a conocer nunca lo que ellos llaman “Legado”.

Imagen con música: U2 – With Or Without You

“Me senté sobre los restos de muralla que, callada, parecía evocar grandiosas epopeyas. Por vez primera sentí cómo entre las juntas de sus piedras rebosaban aún sangre y leyenda: el eco de una lejana historia olvidada en el tiempo que llamaba con insistencia mi atención, para regresar de un silencio secular… Tanta sangre, tanta sangre…Demasiada religión en el mundo para que los hombre se maten entre sí; no la suficiente para que se amen…”

 

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DESNUDÁNDONOS

La luna fue indulgente y permitió que nos deleitáramos con la lluvia de las Perseidas. No hicieron falta sofisticados equipos telescópicos ni tampoco ascender a la montaña más alta del mundo para contemplar las lágrimas de San Lorenzo. Teníamos lo necesario: nuestros ojos y nuestro corazón abiertos de par en par; nuestro espíritu, en paz; nuestros deseos, entre la locura y el equilibrio, y también un cielo despejado. ¡Gracias San Lorenzo!.

– ¡ Qué bonito el verbo deleitarse ! – observé.

– ¡Cierto!, mi querido y joven amigo. ¡Ay! si el mundo supiera de su existencia… –  registró el viejo de la imprenta, capaz de deleitarse con el primer café de la mañana, y el último té de la tarde, o con un buen libro, o dando las gracias, o regalando buenos días, tardes o noches, o comiendo un simple muslo de pollo, o mirando al cielo, o… con todo lo que hace, dice, piensa, siente, mira o sueña.

– Disculpa, querido viejo. Creo que se me ha metido una perseida en el ojo.

– Pues, debo advertirte de que, posiblemente, estás enamorado.

– ¿ Enamorado ?

– ¡Sí ! ¿ Acaso no has oído hablar del amor ?  Ese sentimiento que es una bendita condena.

– Pero…, en realidad, ¿ qué es el amor ?

– Creo que necesitaríamos una eterna lluvia de perseidas para describirlo… Lástima que ni siquiera en el amor el hombre se ha puesto totalmente de acuerdo.

– ¡ Debería ser sencillo definirlo !

– Te prometo que hablaré de ello con los académicos de la lengua y de la vida. ¿ Sabes que existen hasta catorce acepciones y otras veintiuna locuciones y expresiones verbales, adverbiales, coloquiales, en uso, poco usadas y desusadas para describir un sentimiento de cuatro letras ? … Hasta el hortelano, el almorejo, el arbolito de las malváceas, el agua, Dios, los girasoles, lo gratuito, la voluntad, un conjunto de mil unidades, las bulerías, el derroche, la burla, la cuarentena, la lejanía, las madres, la libertad o la lumbre tienen su propio amor… Incluso los hay que confunden el amor con un fenómeno sobrenatural, la complejidad, la experimentación, los cuestionarios, las probetas y… las máquinas tragaperras.

– Debo confesarte que yo, de mayor, sin dejar de ser yo quiero ser como tú…

– ¿ Viejo ?

– Viejo, y romántico.

– Vigila no te quemen en una hoguera por ser romántico, por amor… como a San Lorenzo.

– Pues que quemen en una hoguera. De hecho, creo que el hombre que no es romántico no es hombre. ¡ Ya sabes !, más vale haber amado y perdido que nunca haber amado…

– Yo, de mayor, siendo yo también quiero ser como tú.

– ¿ Joven e inocente ?

– Joven, inocente y romántico… Qué equivocados están aquellos que piensan que el romanticismo es algo anticuado o cosa de mujeres.

– ¡Cierto!, querido viejo. Sin embargo, hay una cosa que me preocupa. Pienso y vuelvo a pensar y siempre encuentro algo que relaciona el amor con lo feo o lo sórdido. Sin ir más lejos, los que matan por amor…

– ¿ Te refieres a los del género «la mate porque era mía…» ?

– ¡ Por ejemplo…!

– Esos no son amantes, son (im)perfectos canallas. Nunca han sabido qué es el amor y nunca lo sabrán, más allá de ellos mismos. ¡ Los odio!

– ¡ Yo, también ! ¡ A la hoguera con ellos!

– Sabes mi querido joven, inocente y romántico amigo. Sólo se me ocurre una cosa perfecta en el mundo…

– ¿ El chocolate ?

– ¡ La mujer !

– Pero, las mujeres también son imperfectas.

– Cierto, pero sus imperfecciones las hacen perfectas, aún en el dolor más abismal por el abandono. En nosotros, las imperfecciones nos hacen cada vez más estúpidos.

– ¿ Y si Dios fuera mujer ?

– Quizás las cosas irían mejor…

 …

-¡ Se lo diré!

– ¿ Qué le dirás ?

No sé tú, pero creo que esto está llegando a un punto al que jamás había llegado. Me tiemblan las manos, se me secan los labios, se me acelera el corazón. Dime, ¿qué me has hecho? Necesito una explicación. Sé que es posible que no haya explicación lógica pero inténtalo, dime que estoy loco, que un virus ronda por mi cuerpo, pero por favor no me digas que estoy enamorado de ti. Le diré que la quiero cuando tiene frío estando a veintiún grados; que la quiero cuando tarda una hora en pedir el primer plato; que la quiero con esa arruga que se le forma aquí cuando me mira como si estuviera loco; que la quiero cuando, después de pasar el día con ella, mi ropa huele a su perfume y quiero que sea la última persona con la que hable antes de dormirme por las noches…

– ¡Díselo! y deléitate, deléitala, deleitaos juntos.

El Café Romantic presenta un romántico relato de La Dama se Esconde, desde Murcia, una polifacética artista que, en su vida, lo arriesga todo y se desnuda… por amor, porque no sabe hacerlo y decirlo de otra manera. Hasta cuando fríe un huevo – cosa que no es tan sencilla como parece- derrocha amor.

Imagen con música: Peter Gabriel & Kate Bush – Don’t Give Up

Me he desnudado de todo
de lo viejo,
de lo incierto
de palabras,
silencios
recuerdos,
Me desnudo de ti
de tu vida entre mis sábanas.
Me he desnudado de todo
del presente,
de la cal blanca de tus manos
del aceite verde oliva de tu vientre,
de besos sabor a limón
o canela.
Me he desnudado de tus llamadas
de tu frente arrugada por los años
de tus huellas impresas en las mías
De tu sabor a menta, tomillo, o
silencios.
Me desnudo
en la tarde de verano
con la siesta acurrucada
entre mis penas
Y tristezas…
Mi futuro… de él no sé nada
Si será vestido de encaje y primavera
o un otoño tranquilo
preñado del zumo de la uva,
del canto de un mirlo
de colores en mi paleta.
Un vestido me coso con el presente
sin zurcidos del pasado
con el hilo plata
de un futuro
donde las runas dibujan
el contorno del mapa
de mis noches y mis días. 

 

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DECÁLOGO DE PENSAMIENTOS CASI ÚTILES PARA MALOS MOMENTOS

En una ocasión, para mi fortuna, el viejo de la imprenta me sorprendió intentando gritar ante un espejo. Quería gritar y no podía. Maldije a aquel que se manifestaba en el espejo. Me pareció ver la silueta de alguien que se insinuaba más que enseñaba, perdido en su búsqueda de un territorio propio.

Era la silueta de alguien que se ahogaba de sed, que agotaba todas las posibilidades de experimentar los cientos de estados de ánimo que podía  manifestar y luego rompía a llorar. Me vi el espejo y me dije: solo soy un hombre de barba rala y ojos tristes y el resto, un cuento chino, cuando no una tragedia griega. Sentí miedo, un miedo indefinido, infinito. Sospeché que comenzaba a metamorfomearme.

– Disculpa, querido viejo, ¿ son iguales todos los espejos ?

Como si el asunto no fuera con él, como si la cosa fuera la más sencilla del mundo, el viejo me invitó a mirarme otra vez en el espejo. El pánico adensó. Por momentos, sentí que hablaba a mi sombra, al negativo de mi mismo. O peor aún, a un fantasma. El viejo acercó una vela encendida y espetó, ¿ qué ves ?

En ese momento callé. Aún con el cuerpo empapado de temor, reuní el coraje suficiente y estudié mi propio rostro frente al espejo que parecía romperse, como si fuera otra persona. Por fin, observé trazos de lo que no quería ser, visos que difuminaban la figura que sólo se atrevía a insinuarse.

El viejo apagó la vela. ¿ Qué ves ? Dime si es una persona o un monstruo.

– Persona -, susurré.

– ¿ Sólo una apocada persona que susurra o una persona que le grita a la vida, y la celebra ?

– ¡ Una persona ! – exclamé, casi vaciándome.

– Dime si es alguien sincero o toda una mentira.

Medité la respuesta. El viejo encendió de nuevo la vela. Vi a alguien que no era sincero incluso cuando decía que no lo era. Alguien que no podía ser lo que era, alguien que, incluso, no podía decir que estuviese en desacuerdo con el otro… Nuevamente, apagó la vela. ¿ Dime qué ves ? ¡ Lo vi !.

– Alguien que quiere dejar su huella con profunda sinceridad, que quiere cruzar barreras y le recuerde así la humanidad. Alguien que promete sinceridad, aunque no imparcialidad.

A continuación, el viejo encendió todas las luces posibles de la casa. Iba como un loco de aquí para allá, encendiéndolas y apagándolas. Dime, ¿ lleva una sonrisa en la cara o una simple curva ? Miré al del espejo para ver qué hacía y comprobé que llevaba una sonrisa, como el escocés que descubrió que una sonrisa es más barata que la electricidad y da más luz.

Luego, ya en calma, con la casa a oscuras y la vela humeante, el viejo me presentó a la figura del espejo que parecía cobrar vida para saltar de él y gritarle al mundo su presencia.

– ¡ Hola !, mi querido joven. Soy tú, y estoy encantado de conocerte, – dijo la figura a modo de jovial saludo. Llevaba puesta una sonrisa de gigante. No era una sonrisa pintada ni retocada con uno de esos mentirosos programas informáticos. Era, simple y genuinamente, sincera. Tampoco era un rostro pactado ni había impostura en su postura. Le estreché la mano y me respondió: » el agua para hervir necesita vapor y yo, para vivir, te necesito a ti…»

El Café Romantic presenta un original decálogo de la rica y profusa imaginación de Mercè Roura, la periodista de Badalona. Imagen con música: Un nuevo día brillará, Luz Casal.

Todo se hunde, pero es sólo en tu cabeza. Allí habitan los grandes peligros y las grandes ocasiones para todo. Tú mandas, tú diriges tus pensamientos… Tú escoges si vas a ser la protagonista o a mirar tu vida desde la platea. Eres lo que piensas que eres. Piensa bien.

-Te pongas como te pongas, mañana vas a tener que levantarte y plantar cara, mejor que esa cara esté en buenas condiciones. Mejor que te vean radiante. Que sepan que te recompones cada día. Que eres resistente. Cuanto mayor sea la tragedia, mayor la sonrisa. Hazlo por ellos pero, sobre todo, hazlo por ti. Estás mal ahora, pero no estás sólo

-No te avergüences. Acabas de pegar un grito horrible, pero no eres esa persona con cara de caimán en la que te has convertido mientras te enfurecías. Ni tampoco esa que todo lo traga después de una tarde plácida. No eres una hiena, has tenido un mal momento. Si quieres, puedes poner el contador a cero desde ahora. No vivas del pasado más que para aprender de él, no dejes que te atormente. No te obsesiones con el futuro. Vive el presente. Tú vida empieza ahora… Después del grito… Y la próxima vez que vayas a transformarte, si puedes, avisa.

-Equivocarse es maravilloso. Tu imperfección te hace perfecto para cometer errores. Estás diseñado para ello porque es necesario y básico para vivir. Fastidiarla es la única manera de saber escoger entre el grano y la paja. No hay fórmulas de éxito, no hay caminos correctos. Equivócate sin complejos, no dejes de hacer nada por miedo, vergüenza o sentido del ridículo.

-Porque… ¿Crees que has hecho el ridículo? ¿ante quién? ¿te esconderías en los confines del mundo? ¿te sientes feo, absurdo, desgraciada, cansada, revuelta, indigno? No lo piensa nadie más que tú y si lo hacen es su problema. La ridiculez está en tu mente, has aprendido a creer en ella… Haz el ridículo. Hazlo cada día hasta que se te olvide si lo haces o no y pierdas el sentido… Hasta que no sepas donde está la cordura o la sensatez. Hazlo como ejercicio, no importa cuanto tiempo dure el experimento mientras te seas siempre fiel.

-Ilusionarse es una droga. Tenla en vena siempre. Sé adicto a las ganas y al entusiasmo. Es el material para fabricarlo todo. Tal vez hoy has visto cosas que te han puesto los pelos de punta y has tragado injusticia y desidia, por eso vas a necesitar una ración extra de pasión para mañana. Para llegar más lejos, para mejorar esta versión de ti que aún tiene miedos, pero que busca justicia. Muévete, haz, no te quedes quieto que te oxidas. A medida que andes, el camino se irá dibujando ante ti.

Vas a tener que correr riesgos. El mayor de ellos pero el más necesario ser tu mismo. Y eso encandilará a muchos y levantará ampollas en otros. Sigue, eres lo más auténtico que tienes para vender. Lo único. Asegúrate de que sabes quién eres y qué quieres. Busca lo que te hace distinto. Y lánzate.

Sé honesto. No vendas humo. Vende tus ganas, tu talento. Que no te pillen intentando ser quién no eres, ni soñando con cabeza ajena. Si no te gusta tu circunstancia cámbiala. Si de momento, no puedes, píntale las paredes de colores vivos a la celda, que parezca un campo de oportunidades.

Aférrate a los tesoros que posees. Agarra lo bueno de la vida y siéntete afortunado. ¿Amas? ¡Menuda suerte! Eso es lo más grande. Hazlo con toda la intensidad de que seas capaz, pero siéntete libre. El amor es libertad y al mismo tiempo entrega. Recuerda, tú no mendigas amor. Nunca. No te quedas con las migajas, te comes el pastel porque te lo mereces todo. Y lo das todo. Quiérete mucho.

Perdónales, pobrecillos. No saben, no pueden porque no quieren. A menudo no llegan porque su rencor es una barrera. Merecen más compasión que desprecio. Tú si puedes, olvida. Lo más seguro si quieren fastidiarte es que vivan pendientes de ti… Libérales ignorando sus miradas.

 

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LA MALDITA LÍNEA (dos que antes fue uno)

– ¿ Dónde estamos? – le pregunté al viejo de la imprenta luego de una larga caminata por el puerto de mi paciencia. A veces navego a la deriva por ese puerto pero, por fortuna, el límite de mi paciencia está lejano y no lo he alcanzado nunca, ni espero hacerlo. Dicen que la paciencia es una virtud, que las cosas buenas les pasan a los que esperan. Por supuesto, también dicen que aquel que duda está perdido. Llegados a aquel punto, yo esperaba del viejo una buena historia que narrar. Y, por supuesto, poniendo a prueba una vez más mi paciencia, no me defraudó.

El viejo me había conducido hasta un pueblo que el destino quiso situar en la frontera entre dos regiones, dos naciones, dos maneras de ver la vida, dos maneras de pensar, dos maneras de sonreír, dos maneras de llorar, dos maneras de hablar… incluso dos maneras de cocina y dos maneras de enterrar a sus muertos.

– ¡ He aquí el porqué de las cosas ! – dijo sobre aquella incomprensible dualidad, al tiempo que señalaba con el dedo una línea de pintura blanca que ni siquiera el paso del tiempo había conseguido borrar.

Nos sentamos en lo alto de una elevación natural del terreno. A mí no me pareció más que una cima, pero para los de la parte derecha del pueblo era una colina y para los de la izquierda -según la división mental que tracé-, era una montaña. En todo caso, y lejos de las disputas vecinales, se divisaba el pueblo, o los pueblos (para no herir susceptibilidades).

– ¿ Qué debió ocurrir en aquel lugar?, que un día fue un pueblo y, ahora, eran dos – me pregunté, naturalmente con cara de interrogante que el viejo advirtió. Si no hubiera puesto esa cara, a buen seguro, mi querido viejo me hubiese tachado de tonto por no hacerlo. Pero he aprendido a preguntar, aún pareciendo un tonto unos minutos, que no preguntar y ser tonto por siempre.

Su historia no se hizo esperar, colmando mi impaciencia.

– Dicen que un día, hace mucho tiempo, tanto que sólo los más viejos del lugar lo recuerdan, llegó al pueblo un hombre de traje gris y encorbatado sin más equipaje que una maleta y un par de mudas. Dicho hombre, de cuyo nombre no se acuerdan, ni tampoco quieren acordarse, acudió al hostal del pueblo cuando era un sólo pueblo, pidió una habitación cuando el hostal era un sólo hostal, comió un plato cuando sólo se servía un plato y, sin hablar con nadie, se dirigió a un extremo del pueblo, seguido entre cuchicheos por todo el asombrado pueblo, cuando era un sólo pueblo y su asombro era único.

¿Quién era el hombre del traje gris y corbata?, se preguntaron los lugareños, cuando el lugar era sólo uno. Y, ¿ por qué había ido allí?, cuando allí aún era un tranquilo y pacífico singular…(Cabe detallar que aquellos lugareños apenas sí habían visto hasta entonces una corbata, prenda que asociaban con un lugar llamado ciudad donde, según tenían entendido, se dedicaban a la política y otras pamplinas similares)

Sin abrir la boca, la única que tenía, el hombre del traje gris y encorbatado se encontró con dos hombres con aspecto de trabajadores de un organismo al que llamaban ministerio y que iban dotados de una máquina de pintura, como aquellas que se emplean para marcar las líneas horizontales de las carreteras.

El hombre del traje gris y corbata, en nombre de las órdenes que había recibido de aquel lugar llamado ciudad, hizo unas comprobaciones métricas, analizó un plano, oteó el horizonte y ordenó a los dos operarios que iniciasen la marca de la línea…

Se pasaron toda la tarde trazando esa línea. Al final del día, aún en crepúsculo, observaron satisfechos el trabajo realizado. La línea había partido en el pueblo en dos. Era visible. Siempre lo sería. Partidos quedaron el ayuntamiento, la escuela, la iglesia, el cementerio, la calle mayor, el parque central, el campo de fútbol, la balsa que luego fue piscina, la pista de la petanca y hasta el banco de toda la vida donde dos simpáticos y corrosivos viejos, como aquellos de nuestros añorados Teleñecos, siempre se sentaban para mofarse de ellos mismos y de todos los demás…

– Y, ahora, mi querido y joven amigo, deberías preguntarme qué ocurrió a partir de entonces, – formuló el viejo mientras yo, para mis adentros, imaginaba ya el rocambolesco escenario que aquella (in)significante línea de pintura blanca había dibujado. ¿ Qué ocurrió, querido viejo?, pregunté, para su satisfacción, y también la mía.

– ¡ Pues que ya nada fue igual en el pueblo que antes fue un sólo pueblo… !, – anunció con voz pausada, cada vez más apagada, como si también a él le hubieran partido en dos.

El descontento, como el desconcierto, adensaron. Algunos querían cruzar la línea, a la que muchos llamaron abismo y unos cuantos, el llano.

Algunos – prosiguió el viejo- quisieron cruzar esa línea a la que muchos llamaron abismo y unos cuantos, el llano. Pero, ¿ por qué querrían cruzar esa línea?, nos preguntamos el viejo y yo con la mirada, en un mundo donde casi nada sucedía por casualidades angelicales.

El entusiasmo una vez se trazó la línea no dio paso a una reflexión crítica sobre la peligrosa, por absurda, situación en la que se adentraban. «Démosle un voto de confianza», se decían con rostros entre la esperanza y la palidez. «Sólo quiero llevar mi vida y ser feliz con mi familia», respondían los que no quisieron traspasar nunca la línea y les importaba un carajo si estaba o no allí.

En la plaza que un día, en época de los tatarabuelos fue la de la iglesia y en época de los bisabuelos la mayor, unos se encontraban porque se citaban y otros no se citaban porque ya se encontraban. Era, popularmente, la plaza de la Liberación porque un día los jóvenes de ambos lados de la línea, en un acuerdo sin precedentes y, posiblemente, sin consiguientes, leyeron en Internet que todos los pueblos debían tener su plaza de la liberación. No obstante, para unos era la plaza de la Independencia, aunque en el callejero figuraba como la plaça del sis d’octubre. Para los otros, era la plaza de la Autonomía. Allí, todos mantenían acaloradas discusiones sobre el modelo de estado a construir; mejor dicho, a reconstruir. Era su forma de matar las horas ya muertas, pocas, pues necesitaban todas las horas de la jornada para ganarse el pan. Eran sólo destellos de filosofía política, barata, pero filosofía al fin y al cabo; política, al fin y al cabo. Los recelos eran inevitables. Las religiones, por fortuna, las llevaban en el corazón. Los de este lado de la línea se quejaban con la garganta. Los del otro lado, con el diafragma. Había quien, en el desespero, pataleaba de forma cómica para vencer el estrés de la situación. « ¿Y ahora a quién le suplicó?», se quejaba el párroco.

«,Y aún, hoy en día, es difícil entrever quién tiene el poder en sus manos”, le dijo un viejo al otro, sentados en el mismo banco de siempre, que ahora eran dos.

– ¿Recuerdas?… Vivimos en una esfera de extremos y rarezas. De hecho, ni siquiera es realmente una esfera, sino un planeta salvaje, jaspeado de volcanes activos, sacudido por terremotos mortales e inundado por diluvios desastrosos. Pero, ¿sabes cuál de estas catástrofes ha sido la más devastadora?… la línea.

Y hasta la Fiesta Mayor quedó partida en dos.

Este relato nace de la mente de algunos clientes del Café en un día en que nos pusimos a imaginar como sería la vida de un pueblo que el azar ha situado justo en la línea fronteriza entre dos países, dos naciones, dos gobiernos… en disputa. Con el deseo de cada uno, desde su libertad, pertenezca al pueblo que le vio nacer, crecer o al que desee pertenecer sin líneas que limiten su lengua, sus hábitos, sus costumbres, sus creencias…En el Café Romantic soñamos con  lugares sin fronteras donde dar largos paseos acompañados por el rumor de las olas y la brisa marina, como en una playa infinita. Lugares donde durante esos largos paseos sea posible vivir algún espejismo en sus llanuras de arena, sin líneas. Lugares perfectos donde pasear, olvidarse del mundo, soñar y conocer gentes sin que importe si son blancas, negras, judías o musulmanas. Nos basta con saber que son seres humanos. Imagen con música, » I Have a Dream».

 

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