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El Quiosco del Café / Sobre el miedo y la estupidez

Un muy siempre acertado artículo de Mercè Roura, la periodista de un lugar llamado mundo.

Tenemos miedo. De quedarnos a medias y de pasarnos. De pasar de largo y de esperar demasiado ese tren, lleve dónde lleve. Nos asusta qué dirán de nosotros y nos da pánico también que no digan nada. Nos aterra el silencio… y el ruido. Nos asusta perder y a veces nos asusta más ganar porque no nos han educado para manejar la victoria. Nos asusta querer pero también sentirnos atados por ese sentimiento. Nos provoca terror sucumbir y dejarnos llevar y fluir y sentir, soñar e ilusionarnos.

Nos espanta hablar y ser esclavizados por nuestras palabras. Nos asusta callar para siempre.

Le tenemos a menudo más miedo a la risa que al llanto, porque nos han enseñado a esperar lo peor. Nos asusta ser el que baila y el que se esconde en un rincón cuando suena la música.

Nos asusta el dolor pero nos provoca pánico estar sanos… por si la salud no dura.

Somos máquinas de generar temores, angustias… de levantar muros y derribar puentes. Nos paralizamos, nos encogemos, nos hacemos diminutos hasta que no nos pertenecemos a nosotros mismos… nos asustamos de ver nuestro rostro. Notamos una punzada en la espalda que nos avisa de que pisamos terreno desconocido… nos aterra arriesgar y cambiar lo cotidiano. Y el miedo nos hace estúpidos, aburridos, grises… Nos cansa, nos nubla, llena nuestro equipaje de rocas enormes y pesadas, nos desgasta las ganas, nos vacía y nos deja en un rincón…condenados a vivir sin pasión y con la cabeza gacha.

El miedo nos subsidia. Nos rebaja. El miedo es adictivo, narcótico… lo devora todo, lo invade todo… lo suprime todo hasta jibarizarnos, nos transforma en una versión ridícula de nosotros mismos… en nuestra caricatura, en un lastre para seguir.

Tenemos miedo a envejecer y miedo a no llegar nunca a hacerlo. Tenemos miedo a morir y a vivir. Y sobre todo, tenemos un miedo atroz a ser felices… por si dejamos de serlo.

 
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Publicado por en 08/07/2012 en el quiosco, la barra del café

 

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Descartes no era tonto (de cuando alquilar era de idiotas)

Como Descartes, sigo con mi viaje tratando de encontrarme a mí mismo. Hacia 1623, Cartesius vendió todo lo que poseía, enfrentándose a su padre y al mundo. En un principio, no sabía qué hacer con tanto dinero y decidió acudir a un banco de la época y abrió una cuenta corriente. También buscó un fondo de inversión pero no encontró ninguno de su agrado. Y finalmente decidió gastar parte del dinero que había conseguido en un largo viaje a Italia. Pudo comprar otras fincas, pero no.

En 1950, en España, más del 50% de la población vivía de alquiler. Y en esas que, a finales de esa década, apareció un ministro, cuyo nombre no importa aquí pues da lo mismo la época, el régimen e incluso la religión cuando uno ostenta un cargo ministerial, y proclamó que el país debía ser de propietarios, no de proletarios.

La frase marcó un progresivo y sostenido cambio de mentalidad hasta que alquilar una vivienda devino una opción perdedora. Sólo un tonto alquilaba cuando comprar un piso era más barato.

Los bancos abrieron la caja y mediante métodos persuasivos convencieron a la gente de la calle que comprar era casi obligatorio. Los banqueros se presentaban como los hombres de los sueños y ponían en tu mano una ingente cantidad de dinero y te decían que no habría problema, que el piso subiría de precio, que nunca perdería su valor. Para entonces, Descartes ya viajaba por Italia tras marchar a la francesa de su país. Luego, Cartesius, como yo, hizo un largo viaje de 10 años por medio mundo en busca de una verdad que nunca encontró, aunque ya le daba lo mismo. Vivía de alquiler.

Hoy, tres siglos y unos cuantos años después, la verdad sigue oculta y los mismos actores, con otras caras, han llevado a miles de familias a la bancarrota en un proceso de pérdida de la vivienda, deshaucios y deudas de por vida. O todo a la vez. Y de ahí, a la depresión pues la línea entre un cierto bienestar, pues no se trata de rodearse de lujos innecesarios, y la pobreza y la angustia se ha evidenciado delgada, muy delgada. Ya casi no hay línea.

Como Descartes, durante su largo viaje, encontramos ahora que la gente ha tomado conciencia del problema, pero el problema es que en su mayoría no sabe cómo reaccionar. Del cabreo generalizado se ha pasado a una depresión que adensa.

No fue casualidad que la ciudadanía se lanzara voraz a la compra de viviendas, alimentando mitos que se convirtieron en monstruos que acabaron por engullirse a quienes les había dado el sustento y el hombro donde apoyarse. Hoy, aquella frase de aquel ministro cuyo nombre sigue sin importar es un mensaje lapidario en torno al cual asistimos plañideros.

Ya no se trata de si queremos un país de propietarios o proletarios. El asunto es más grave y los banqueros parece que no están ni se les espera. Hoy, la sociedad se mira en el espejo y debe tolerar, -pues no hay otro remedio-, el desalojo de viviendas en las que viven niños, o ancianos.

Descartes también vivió en los Países Bajos y cambió constantemente de vivienda. Y quizás no lo hizo, como apunta la historia, para ocultar su paredero. E incluso muerto, cambió de «residencia» en varias ocasiones.

 

 

 

 
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Publicado por en 05/04/2012 en la barra del café

 

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El niños raro (2n capítulo)

¿Para qué sirven una planta, una semilla y una conversación con una mujer, quizás imaginaria, y que parece sacada de un cuento de hadas?. Donde radica la energía de cada uno. Por Rocío Sánchez Rivas, Sevilla. Con su música, por supuesto.

Del primer capítulo

La mujer acercó la mano y le mostró una semilla luminosa, parecida a una especie de luciérnaga, y le susurró al oído: -Toma este fruto de la vida, la verdad y la justicia, siémbralo donde otras personas no puedan dañarlo hasta que crezca, cuando dé su fruto cómelo y de ti emanará una gran sabiduría. El niño respondió: -Soy un niño raro, eso dicen todos de mí, no creo que sea posible poder cambiar eso. -Carlos, a veces es bueno ser «raro» o diferente para poder ser sabio, tu destino está escrito.

El niño se quedó pensativo, sin decir nada más se guardó la semilla y se arrodilló ante la mujer diciéndole: -Gracias, lo haré. Ella con una dulce sonrisa se alejó de él con música en cada uno de sus movimientos.

 

Segunda parte

Al llegar a su casa, Carlos pudo recordar que había podido hablar con esa mujer, y se alegró al comprobar que había hablado tan fácilmente con alguien. Se metió la mano en el bolsillo y sacó la semilla. Debía buscar el lugar apropiado para sembrarla sin ser visto por nadie. Al día siguiente lo haría. Esa noche durmió profundamente. En sus sueños vio de nuevo a la mujer señalando una casa abandonada cerca del pueblo. Él conocía ese lugar. ¡Sí!, sembraría allí la semilla.

Al amanecer, antes de que los habitantes de Esmeralda despertaran, fue a la casa abandonada, salto la verja y vio el lugar exacto donde tenía que sembrar la semilla, en un rincón donde no había ningún yerbajo.

Todos los días,  Carlos se dirigía a la casa para ver como crecía la planta. Siempre iba junto a su fiel amigo Rufo, que lo acompañaba con gusto moviendo el rabo donde quisiera ir, y agradecía cualquier caricia que su amo le regalara. En pocas semanas, de la pequeña semilla creció una planta de un color verde intenso, con débiles ramitas, de las cuales colgaban unos frutos parecido a las uvas negras, pero de inferior tamaño, con una textura blanda y esponjosa. No sabía cuándo tenía que comerlo, pero su instinto le decía que esperara. Pasaron varios días y volvió a soñar. Ya era la hora.

Miró a la planta delgada, pero repleta de frutos, cogió uno y se lo comió. El cuerpo le quemaba por dentro, quiso escupirla pero ya era tarde, el fruto germinaba en su ser, lo notaba, sentía su sangre hirviendo en las venas, el cuerpo lo tenía completamente entumecido. ¿Era todo producto de su imaginación? No, no, era insoportable, moriría. Pero no fue así, poco a poco se sentía mejor, aún respiraba jadeante, pero era otra persona, eso pensaba.

Al saltar la verja, de regreso a casa se cruzó con dos niños del pueblo, los que siempre se burlaban de él. El más alto le dijo:

-Hola niño raro. ¿Sabes decir hola, o eres tan torpe que no sabes pronunciar esa palabra?

Carlos, sin entender como salían esas palabras de su propia boca, le contestó:

-¿Cómo quieres que te diga hola, si tu saludo no será verdadero, sincero?. Es una burla hacia mi persona, que ni siquiera os habéis molestado en conocer.

Ahora era él quien había dejado sin palabras a los dos niños. Se alejó de ellos con gran satisfacción por lo que acababa de hacer.

Desde aquel día Carlos era otra persona, hablaba con todo el mundo, reía, hacía una vida normal como cualquier niño de su edad. Sus padres no daban crédito al cambio repentino de su hijo, se enorgullecían al ver lo sociable que se había vuelto con sus vecinos. El profesor de la escuela decía que sin duda Carlos, tenía un futuro brillante y estaba dotado con una gran inteligencia para poder ser en la vida lo que se propusiera.

Pasaron los años y fue el sucesor del Alcalde de Esmeralda. Era muy apreciado en el pueblo por su cercanía y amabilidad hacia las personas.

En las fiestas regionales organizó un evento de entrega de premios a la mejor cosecha del año, y estaba dando un discurso de agradecimiento cuando, a lo lejos pudo ver esa luz de antaño que le había cambiado la vida, en el mismo lugar donde la había visto por primera vez. Sentía gran curiosidad, quería volver a ver a la mujer de extraña belleza que tanto le había regalado. Al terminar su discurso se encaminó hacia el viejo olmo, en el mismo sitio, con el mismo aspecto, en todos esos años no había envejecido. Y allí estaba ella. Ahora la veía aún más radiante, desprendía luz por su rostro, por su ropa. Carlos dijo:

-Gracias buena mujer por haber hecho de mí lo que soy, el fruto mágico me dio todo lo que me faltaba en la vida.

Ella respondió:

-El fruto que comiste era la llave de la puerta cerrada en tu interior, lo que eres ahora salió de ti, te ayudé a tener confianza en ti mismo y que aflorara la persona con gran sabiduría que estaba oculta dentro de tu ser.

Carlos lo comprendió. Todos esos años había estado equivocado, pensaba que el fruto le había dado vida y sabiduría, pero no era así, era él quien tenía la sabiduría pero necesitaba un estímulo para sacarla a la luz.

Y la mujer siguió alejándose con música en sus pasos.

FIN

 

 

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¿ Para qué sirve un cisne ?

Quiero ser ave de plumaje transparente y costumbres sencillas, afables. Quiero vestir siempre de blanco nuclear, quiero conservar ese pico ora dulce ora crítico, quiero arquear las alas para defender al amor, a la justicia, a la tolerancia, a la libertad. Entonaré un canto fuerte y agudo cuando mi alma esté plena y se tornará grave cuando la desdicha se apodere de mí. Quiero ser puro, casi perfecto, prudente, valiente y decidido, noble y elegante, bello y, otra vez, puro.  

Un relato de Alma Ballesteros, de Murcia, que nos señala uno de los caminos donde radica el amor, cuando se quiere amar y ser amado. Con música, por supuesto.

[cisne]

 

Y amanecerá sin ser estrella. Tampoco sol, ni luna, ni planeta ni un mísero satélite. En tu vida sólo seré ¡lo que tú quieras!.

Búscame, búscame y seremos un viaje en el invierno, una aventura sin fin y un relato de besos.

Y descansaré en tu alma mis tristezas y buscaré el mar de tus sonrisas cada día para poder ser un cisne lleno de paz y armonía.

 

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El quiosco / El petit arqueòleg (El pequeño arqueólogo)

Entre tanta miseria mundana, entre tanta agitación social, entre tanta crisis cultural, económica, social, etc. Cuando uno piensa que todo está perdido, surgen iniciativas que te abren los ojos con chiribitas de esperanza e ilusión. ¡Inquietud!, esa es la palabra. Ese denostado concepto que asociamos a la ansiedad pero que, en realidad, es – y debe ser- un interés y una curiosidad intelectual. Que se prodigue entre los adultos debe ser una constante para dar ejemplo. Y que se prodigue entre los niños, es digno de aplauso y reconocimiento. Pocas veces, muy pocas, hallaremos una inquietud precoz y digna en un niño de 11 años que, en los tiempos que corren, sabe lo que quiere, cómo lo quiere y, además, nos lo cuenta.

Toda mi más sincera consideración hacia Joan Esteve Canals, de 11 años, de Mollet del Vallès, por su blog «El petit arqueòleg» (el pequeño arqueólogo). Todos, y yo el primero, deberíamos tomar nota de esta inquietud.

Nos explica cosas que, posiblemente, nos hemos preguntado pero que nunca nos hemos parado a leer y pensar. ¿Viene el hombre del mono?. ¿Cómo son los depredadores?. ¿Cómo era la comunicación de los seres prehistóricos?.

Yo, de mayor, quiero ser un «pequeño arqueólogo».

Visitadlo: http://elpetitarqueoleg.wordpress.com/

 

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(1+1)= todo; (2-1)=nada

«Amor mío, estas son las cosas que recuerdo de mi amor: tus cálidas manos, tu cálido aliento, tu cálida boca, tus brazos a mi alrededor. Recuerdo sentirme seguro siempre, como una sóla persona, los dos en silencio, en paz, entrelazados. Recuerdo lo que sentí la primera vez que te besé, fue como… el gran salto. ¿Qué recuerdas tú?. Los caminos se bifurcan, cada uno toma una dirección pensando que al final los caminos se volverán a unir…»

Un problema matemático de amor planteado en tres tiempos por Acero Rojo, desde Barranquilla (Colombia). Porque, en la aritmética del amor, uno más uno es igual a todo, y dos menos uno es igual a nada. Un relato con música.

 

(1+1). Siempre he sabido que mis labios están hechos para los tuyos.

(1*1). Algunos días tenía miedo de decirte te amo. Otros no podía parar. Tu silencio siempre fue cruel.

(1-1). Cada vez que te veía se me aceleraba el corazón. Pero no de amor, si no de miedo… miedo a que me partieras el corazón.

 

 

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D-E-L-E-T-R-E-A MI NOMBRE

Decía Khalil Gibran, acertadamente: «debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar». ¿Lo sabíais?. ¡Cuantas cosas desconocemos!. O si las conocemos, las ignoramos. La felicidad se hace de pequeños momentos, como de pequeños momentos están construidas las relaciones cuando las mimas, las trabajas y les das tiempo y reposo. Lágrimas de alegría, también de tristeza. Lágrimas que manan de la propia vida. Una vida que, a veces, duele al punto de las lágrimas, lágrimas que nos devolverán al mar del tiempo.

Alma Ballesteros, desde Murcia, nos indica el lugar, nos pinta el cuadro, y nos escribe unas palabras… donde el sueño linda con la vida. Relato, como siempre, con música. Don’t go breaking my heart .

DELETREA MI NOMBRE Y HAZ QUE TU VOZ SE CONVIERTA EN MARIPOSA. DEJA POSADA TU MANO EL EL BORDE DE MI ALMA Y DIBUJEMOS CON TUS LETRAS UN MAR DE VERSOS; Y UNO A UNO, SERÁN LA SAL DE LA AMISTAD DEL TIEMPO ETERNO… 

 

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Cosas de química y mariposas en el estómago

Cuando las cosas van bien en el universo, una pérdida de inocencia suele conllevar, con el tiempo, un aumento de humanidad. Y es que el  tiempo es así de extraño; a cambio de todo lo que nos arrebata nos concede algo:  a veces es un mejor entendimiento de nosotros mismos, a veces sólo es un día perfecto y, por fortuna, a veces es un amigo o una amiga.

Manuel Vallejo Andreu, de Madrid, nos trae una reflexión, rica como la vida misma, sobre aquellas sensaciones, muchas veces perdidas, muchas veces olvidadas, que sentimos – o deberíamos sentir- cuando conocemos a alguien y, a quien luego posiblemente llamaremos amigo o amiga.

Relato, como siempre, con música. A tu lado.

 

Me gusta la sensación que se siente cuando conoces a una persona, y sientes que hay química entre los dos; esa sensación que te hace querer conocer más a esa persona y poder estar a su lado todo el tiempo posible. Me gusta sentir ese cosquilleo en mi estómago y los nervios que se siente cuando vas camino a un simple encuentro.

Y en el encuentro, echar unas risas, observar a la otra persona, imaginar lo que piensa o le pasa por la cabeza en ese momento; escuchar atentamente lo que dice; observar el movimiento de sus manos; la actitud de su cuerpo; su mirada; su expresión; el tono de su voz cuando dice las cosas.

Me gusta mirar a las personas cuando me hablan, para luego, cuando estoy solo, recordar cada momento, como si de una película se tratara.

 

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Breve diccionario de palabras que dan sentido a las palabras

Este relato se ha escrito a partir de unos cuantos comentarios en Facebook a propósito de la importancia de las palabras y de la necesidad que existe (y que muchas veces no advertimos) de rescatarlas, en unos casos, y de no dejar que mueran, en otros.

Por María del Carmen Escriña, Mila Miguélez, Antonio Vallejo, Angel Entrena, María José Fresneda, Juan Jiménez Cárdenas, Alicia Belzuz, Teresa Caruncho, Andrés «Martillo», Goyo Martínez y Basilio Molinero, quien ha puesto la frase final, sugestiva: «me quedo sin palabras…».

Relato con música (clica sobre la imagen de sus autores)

 

Palabras que se acercan «sotto voce» a tu oído, delicadas, tiernas, cálidas, que nos estremecen; esas son las palabras que deberían de llenar el espacio y que vuelen hacia todos los confines de la tierra, para llenarla de sonrisas. Palabras que escriben en parte nuestra historia, sin dejar de mantener ese secreto difícil de descubrir en las letras que puedes llegar a plasmar en el papel, consciente de que puedes llegar a ser prisionero de esa escritura, que un día cualquiera, por desahogo de tu mente y de acuerdo con tu conciencia, te conviertes en ese prisionero, que aunque amante de la vida no deja de pensar en esas familias necesitadas de él, o su trabajo en la política; por eso las palabras son tan importantes en nuestra vida, nos ayudan a entender las cosas, sobre todo cuando estamos a oscuras y podemos leer, todas las escrituras. Dichas o escritas no tendrían ningún sentido si no hubiese quien comprendiera su significado, a veces tan sutil que casi resulta etéreo. Gracias a ti por ser de los dotados para atraparlas al vuelo, usarlas, saborearlas, entenderlas y valorarlas. Qué bonita cosa rescatar palabras… y quedarse sin palabras al leer estas palabras. ¡Pido la palabra!.

 

 

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